jueves, 28 de octubre de 2010

Perdición

Cuando empecé este blog hace ya casi tres años, me propuse que sería un portal independiente al mundo que me ocupa tantas horas, que no es otro que escribir para una pantalla, o al menos intentarlo. Quería tener un lugar donde poder contar historias que no tuviesen relación con mi posible “producción fílmica”. Un lugar donde hablar de cine (especialmente), pero también de libros (cuando surge), de cómics (a veces), de series de TV (en ocasiones) y siempre de la vida en general. Un lugar donde contar pequeñas y grandes historias, reales, inventadas, o una mezcla de ambas. Decir lo que me salga del entrecejo en forma de idea, exabrupto, o relato, con un estilo claro, directo, emotivo, políticamente incorrecto y, por qué no, provocador.

101historias es una especie de confesor sin sotana antediluviana ni aliento a café barato. Una Fortaleza de la Soledad donde refugiarse y reflexionar, o quizás ser irreflexivo, que también. Un lugar lejano donde todos son bienvenidos y ninguno invitado. No es un país para viejos ni un mundo feliz, aunque intenta ser una habitación con vistas. Una frontera en la que no hay restricciones ni aduanas, sólo reflexiones, principios, algún código de honor, y muchas inquietudes.

¿Y cuáles son esas inquietudes? Pues las mismas que un día me movieron a lanzarme de cabeza a esa esta extraña locura que es el cine como oficio. Desde pequeño fui un peliculero que empezó dibujando las historietas de Tintín como si me sintiera el mismísimo Hergé, o copiando historias de guerra de las “Hazañas bélicas”, o recreando “grandes evasiones” y “desafíos de las águilas” con figuritas de plástico, cajas de cartón y un par de dados. Sin darme cuenta, en mi absurda y anhelada inconsciencia infantil, ya estaba contando historias. Sin darme cuenta, me estaba liando con una dama perversa con la que mantengo una impúdica, lujuriosa, pasional y compleja relación desde hace muchos años.

Otras han pasado por mi vida en forma de oficio, intentando convencerme de que ellas eran lo mejor para mí. Me ofrecían estabilidad y un futuro más despejado, y yo las hacía caso, las escuchaba y las seguía en su camino. Luchaba por llevar una vida normal, es decir, tener un horario de oficina, una nómina regular y unas vacaciones pagadas. Todo iba bien, aparentemente, hasta que siempre ocurría lo mismo: un canto de sirena se percibía desde una Ítaca lejana y revolvía mi interior. Como si fuera un zombi sediento de sangre, acababa volviendo a los lascivos brazos de esa misteriosa y oscura dama de mirada felina.

Es ella y sólo ella la que me trae de cabeza, me hace sufrir, me hace vibrar, me lleva al éxtasis pleno. Juega conmigo, me abandona a mi suerte, desaparece sin dejar rastro tras usar mi cuerpo y mi mente, para luego volver traviesa, enfilándome con sus ojos de gata libidinosa, sonriendo con la comisura de sus labios, agarrando con fuerza mis partes, insinuando que “tú no te escaparás nunca”, diciéndome al oído que soy sólo suya y que siempre lo seré.

Cuando creo haber huido, vuelvo a caer en su juego, en su tela de viuda negra, en el perfume de su depravación. Olvido a las demás, sus buenas intenciones de estabilidad, de hacerme hombre de provecho, de tener un futuro más sensato. Pero mi lujuria siempre me vence. Vuelvo a caer en una aventura sin un porvenir definido, sin un claro final.

Hoy estreno el objeto de una libidinosa historia que ha llevado unos años consumar. Ha costado lo suyo, pero ha merecido la pena. No sé adónde me llevará, pero que me quiten lo bailao, que dicen los castizos. Hace cinco años la pérfida dama volvió a visitarme, esta vez con un ajustado vestido negro que definía sus formas hasta el infinito, se había puesto una fragancia especial para la ocasión, una de esas que permanece por siempre en los entresijos de la memoria. Se acercó mirándome fijamente, con esos ojos felinos hipnotizadores, acerco su boca a mi oído y su profunda voz me prometió el éxtasis pleno. Me conduciría al paraíso del placer, pero me advirtió que no sería fácil, que me lo podría más difícil que nunca para poseerla de todas las formas posibles, que jugaría conmigo hasta el final.

Y así fue: he sufrido como un cabrón, arrastrado como un sumiso, pero al final he disfrutado como el peor de los viciosos. He llegado a la cima, estoy con una sonrisilla post-orgasmo de gilipollas, observándola a ella, admirando sus pecaminosas formas que nunca envejecen. Respirando profundamente, empapado en sudor, la veo sonreír como una niña traviesa, mientras me mira con sus ojos de gato. Al final, se ha incorporado, se ha vestido y me ha dicho al oído que lo disfrute, que ahora se marcha, pero que me preparé porque regresará, sin avisar, como siempre, con mayor imaginación, con más perversiones que cumplir.

Estoy tumbado echándola de menos, dudando si regresar con alguna otra que me haga sufrir menos, que me asegure un futuro, que me haga sentir una persona normal. Voy a hacerlo... Aunque sé que soy un hombre débil al que siempre vence una mirada felina.


(Hoy estrenamos Tchang)

4 comentarios:

encorda2 dijo...

joder alucinante

Anónimo dijo...

Hoy te veré y lo veré, por fin.

Anónimo dijo...

Hoy te veré y lo veré, por fin.

Anónimo dijo...

En hora buena, campeón. Todo llega. Todo todito!