miércoles, 29 de junio de 2011

Un tipo huraño

Siempre me han atraído los tipos huraños, asociales, gruñones, enfadados, solitarios, alejados, apartados, acabados, cansados, antipáticos. No sé, debe ser que con los años, uno ha dejado de ser mitómano de esa gente y realmente se ha convertido en uno de ellos. O imagino que son etapas de la vida, si bien para alguno de ellos es una actitud voluntaria desde siempre, lo que les hace más interesantes. Gente que no necesita la compañía de otros para estar bien, o que no tienen que seguir a la masa para ser aceptados. Y no es que la cosa sea meritoria, ni que tengan que sentirse superiores al resto por tener esa actitud vital. Simplemente eligieron ese camino.

Imagino que ser padre de familia, tener mujer, hijos, mascotas e, incluso, suegra, conlleva la misma responsabilidad que tener un superpoder. Pelear cada día en un trabajo con gente a la que desprecias, en un ambiente insoportable y con un jefe asesinable, tiene un mérito impagable. Encontrar nuevas aficiones que te hagan la vida llevadera, aunque nunca se te pasara por la cabeza escalar montañas a pelo, coleccionar sellos del Kurdistán, tirarte de cabeza por un puente o correr maratones a los cuarenta, son el bálsamo que te permiten no perder el equilibrio. Ser un social desde luego es meritorio en estos tiempos que corren.

Por eso el otro día, viendo la estimable película argentina “Un cuento chino”, me di cuenta de que incluso aunque uno elija la actitud existencial de la soledad, el destino puñetero parece que no te va lo va a permitir. Si bien la cagan con dar una explicación racional sobre la actitud del huraño protagonista (un impagable Darín, como siempre) ante la vida, la película te cuenta que por mucho que uno se refugie en su cueva, siempre vendrá alguien a joder la marrana. En este caso, nuestro protagonista, que colecciona todo tipo de objetos y cuenta tornillos (tiene una ferretería) para luego montar un quilombo al proveedor por mandarle de menos, se va a cruzar en su destino con un chino que le cae del cielo (nunca mejor dicho), sin tener ni idea de hablar una sola palabra de su idioma.

Y es que la historia parece darnos a entender que, te guste o no, uno debe ser social e interrelacionarse. O quizás, que en el fondo, los huraños, los asociales, los que mandaron al cuerno al mundo, son los más solidarios, como es el caso de este mal encarado ferretero que se apiada de un chino desamparado.

De unos años a esta parte se puede decir que allá, en La Pampa, se hace un cine extraordinario. El nivel narrativo de sus historias es magistral, los guiones excelentes, los directores magníficos y variados en lo formal y en las temáticas, por no hablar de los actores que pueblan sus pantallas, herederos de aquel Hollywood clásico donde hasta el último secundario es un genio anónimo. Además, no se quejan, no lloran y no maman por ayudas públicas. Hacen coproducciones, curiosamente muchas con algún ínclito productor-director de estos lares que, cuando hace cine autóctono, no le duran ni dos semanas en pantalla la película. En definitiva, siendo una industria más pequeña, regalan cada año producciones de un nivel superior, y siempre mirando al público, lo que no quiere decir que cuenten historias facilonas. De hecho, a uno le entran ganas de empezar a decir “vos” y “recontraputa”, y largarse para allá.

Así que ya saben, si empiezan a sentir una especie de cosquilleo interno en el cuerpo, o una vocecita les dice en su cabeza que mandes al cuerno a la esposa, niños, mascotas, suegra, jefe, compañeros de trabajo y amigos, vayan primero a documentarse con esta magnífica película.


1 comentario:

Pavote dijo...

A mí siempre me gustaron sociables, pero hoy en día estoy enamorado de un huraño. Vi en el cine "Un cuento chino" y me encantó, fue la mejor peli que vi este año. Caí en tu blog buscando la palabra "huraño" para un post que estoy escribiendo.

P/D: ¿Lo de los sellos de Kurdistán es una metáfora? Porque hasta donde tengo entendido no es un país, aunque los kurdos podrían tranquilamente emitir sus sellos.