miércoles, 25 de febrero de 2009

Por qué escribo

No hace mucho tiempo, leí admirado un breve ensayo de Eric Blair, cuyo seudónimo era George Orwell, aquel visionario aventurero que nos dijo eso de que “El Gran Hermano” está aquí. En su lúcida reflexión, este antiguo miembro de la Policía Imperial India en Birmania y ex luchador idealista en la guerra civil española, nos desgrana poco a poco los motivos que le impulsaron convertirse en escritor. Inquietud que le venía desde su muy tierna infancia. Cuenta que al separarle cinco años de sus hermanos y no ver a su padre hasta los ocho, siempre se sintió un poco solo, lo que le hizo desarrollar manías desagradables que le hicieron impopular en la escuela, es decir, se convirtió en una especie de friki, o un nerd en términos anglosajones. Y cuáles eran esas manías tan extrañas que poseía el bueno de Eric: inventarse historias.

Se sintió infravalorado durante su niñez por los demás, especialmente los adultos, que no terminaban de entender las rarezas del crío. Se tiró años imaginando historias sobre sí mismo, en las que, por poner un ejemplo, se veía como Robin Hood protagonizando aventuras extraordinarias que, con el tiempo, dejaron de ser narcisistas para simplemente convertirse en narraciones donde describía lo que veía y hacía. Sin darse cuenta, Eric Arthur Blair, alias George Orwell, se estaba convirtiendo en narrador de historias. Y más adelante, siendo ya consciente de su talento (porque hay un momento en que eso ocurre, los textos te salen), el autor de la sombría y visionaria “1984”, resume en cuatro puntos los motivos por los que un escritor se sienta horas y horas delante de un folio en blanco, o una pantalla de estos nuestros tiempos.

No voy a desmenuzar los cuatro puntos que él enumera, porque de hecho no todos los escritores se ven reflejados en ellos, y porque así ya tienen ustedes motivos para acercarse a este maravilloso texto, localizable en Internet con sólo con poner el título (“Por qué escribo”) en el infalible Google. Además, algún autor puede argumentar no estar en absoluto de acuerdo con lo que en él se describe. Perfecto, se acepta pulpo, pero sinceramente al leer las palabras de Sir Eric (creo que nunca le hicieron Sir, pero suena bien) resulta difícil no sentirse identificado con sus motivaciones para contar cosas. De hecho, creo que todos aquellos que quieran escribir libros de mil páginas, o lúcidos artículos, o bien guiones que acaban envolviendo el bocata de un equipo de rodaje, tienen que, al menos, comprender aunque sólo sea una de ellas.

Sólo voy a contar la primera de las cuatro motivaciones, la que a mí me dejó más marcado, la fundamental, la que creo que, en el fondo, pensamos todos cuando queremos dedicarnos a esto de fabular: el puro egoísmo. Según Orwell, es el simple deseo de parecer listo, de que hablen de uno, de permanecer en la memoria después de muerto, de vengarse de los adultos que le ignoraron de pequeño... Algo se revolvió dentro mí al leer esta reflexión, porque en ocasiones me siento un ser rencoroso con mi pasado y con algunos de los que pertenecen a él. Todo aquel que se ha sentido algo raro, o algo solo en su infancia, y que se ha refugiado en contar historias, tiene esa necesidad de parecer el más listo (aunque obviamente no lo sea), de trascender, de venganza. Suena ruin y difícil de entender, pero yo en cuanto leí el primer punto del perspicaz Orwell, me identifiqué al instante. A algunos les parecerá una tontería, pero a otros como a mí les resulta clarificador, como si un extraño código me hiciese entender a un tío que ya murió hace décadas y me estuviese hablando al oído. Termina Orwell este primer motivo con una reflexión certera, quizás algo dura: la gran masa de los seres humanos no es acusadamente egoísta. Pasados los treinta años, abandonan en muchos casos su ambición e incluso su individualidad, y viven sobre todo para los demás, o asfixiados por la monotonía. Existen un grupo de personas con fuerza de voluntad que están decididas a vivir su propia vida hasta el final, y los escritores pertenecen a esa clase.

En mi caso, yo nunca pensé en ser escritor, ni siquiera me considero tal, ni me veo capaz de escribir un libro, ni creo que lo intente. Pero al igual que Orwell, desde pequeño empecé a inventar historias. No me creía Robin Hood desfaciendo entuertos, pero sí tenía especial antojo en dibujar las aventuras de Tintín interpretándolas a mi manera (fatal, por otra parte), en especial “Objetivo: la luna”, no sé muy bien por qué esta aventura concreta, quizás porque pasé gran parte de mi infancia en ese lugar, y no descarto que parte de la madurez también lo haga. Luego llegó el cine, ya muy jovencito. Sentarse en una sala oscura y compartir emociones con una comunidad de gente a la que no conoces de nada, y la cámara que se acerca en primer plano a los ojos de un personaje, y sólo con una expresión o una mirada describir su alma. Y notar que a la gente le llega, y que tú algún día quieres hacer lo mismo, y que alguien (como yo en muchas ocasiones) se marcha a casa rumiando algo que le acaban de contar y le hace sentirse mejor. Lo que dijo el gran George Orwell: egoísmo puro.



(Pues ale, les dejo con uno de los motivos por los que me puse yo a fabular, con finales así...)

miércoles, 18 de febrero de 2009

El orgullo de un hombre

Ayer, por pura casualidad, tras estar encerrado horas y horas currando siete días en la feria más elitista, pija y vanguardista del planeta, o sea ARCO, me metí en la página digital de “El País” para ver que se contaba el mundo tras mi ausencia. Tenía vagas esperanzas de encontrar alguna noticia del tipo “meteorito cae sobre Madrid”, o bien, “hordas de zombis salen de sus tumbas y se adentran en sucursales bancarias dando dentelladas a diestro o siniestro”, o mucho mejor, “trípodes marcianos avanzan en dirección al Parque del Oeste, quemando todo lo que encuentran a su paso”, pero no, no ha caído esa breva y nada así de interesante ha pasado. Me encuentro con crisis, más crisis, más despidos, más paro, y más empresas golfas que, con la excusa de la crisis, pues largan gente y gente, sin que los directivos se bajen los sueldos, que tampoco es plan, que para eso son cabezas pensantes, como los trípodes marcianos.

También descubrí que siguen los espías en Madrid, que ya no sé muy bien a quién espían, y ya me pierdo con los que espían, o los que son espiados, o si se espían unos a otros, o indistintamente. La verdad es que en aquellos añorados tiempos del Telón del Acero, las cosas eran mucho más fáciles, y los espías que surgían del frío eran más sugestivos, en todos los sentidos. Quizás, lo más interesante de las noticias, y que me hace albergar esperanzas de un Apocalipsis que provoque una distopía en la que cuelgan de la Verga del Palo Mayor a los que en un vagón de metro escuchan a todo meter música con el móvil (bendito teléfono fijo de cable, con aquella rueda que giraba y tardabas dos horas en marcar un número), como decía, lo más interesante que leí fue la invasión de una plaga de conejos gigantes y mutantes que, además, le dan al fornicio a una velocidad vertiginosa, desmayándose tras la cópula (fascinantes bichos). Lo malo es que las únicas consecuencias que preveo ante tan peculiar amenaza de Andrómeda, es que el conejo al ajillo ahora será más carnoso.

Sin embargo, de pronto, cuando ya iba a cerrar la página del periódico y meterme en el porno, donde nunca hay novedades serias, me encuentro de manera casual un vídeo que, al parecer, han realizado las juventudes del PP vasco dándole caña a Ibarretxe, el hombre de Venus que dice eso de vascos y vascas, amigos y amigas, abertzales y abertzalas. Resulta que los peperos se han inspirado en un vídeo que circula por la Red, con un enorme éxito, y que lo protagoniza un tal Carlos (a partir de ahora, uno de mis ídolos particulares), en una mañana de resaca en la que un amigote le graba con la cámara, y en la que explica ante ella cómo una vil mujer le ha dado calabazas delante de cuatro elementos la noche anterior, y le ha soltado a la cara “Contigo no, bicho”. El vídeo, pero sobre todo, el monólogo del tal Carlos, me parecen para enmarcar. Tal palo sólo se puede tomar con humor, y esto lo ha hecho este crack, y a su vez me ha hecho recordar mis humillaciones particulares, que me dejaban muy hundido, pero que con el tiempo me las he ido tomando con humor, qué remedio, oigan. Así que no me resisto a contar una de las peores (por no decir que la peor) historias de la noche que me ocurrió no hace mucho tiempo. Es una bonita y autodestructiva historia de mis 101 historias. Omitiré nombres, ya que uno es un caballero, y, además, uno de los protagonistas es un amiguete de servilleta que, aquel día, o mejor noche, me sentí como tal, o sea arrugado y para tirar a la papelera.

Resulta que una noche de hace ya dos años, más o menos, porque cada mañana que me levanto me veo un par de neuronas en la almohada, además de alguna babilla; pues como decía, una noche de hace no excesivo tiempo, estaba tomando amigablemente unas cervezas con unos amigos en una cervecería del tipo alemana. Las cervezas, obviamente, fueron abundantes y ya salimos de allí camino de otro bar haciendo honor a sus inventores, que como ustedes saben fueron los habitantes de Mesopotamia, esos a los que no hace mucho invadieron amablemente los inventores del Burguer King. El caso es que íbamos ya con una toña importante, en especial un entrañable amigo que, al ver unas damiselas solitarias, se acercó a ellas para hablar del tiempo y la situación del Euribor. Este buen amigo en el fondo esperaba a otra chica, pero como es muy desprendido, entró a las buenas señoras para hacernos un favor a esos que como yo, pasan de ligar en bares, entre otras cosas porque estoy un poco sordo y no sé si con el ruido me dicen que "estoy muy bueno", o si, al contrario, quieren decir "buenooooo con el que estoy". El caso es que un tercer amigo, y servilleta, pues nos pusimos a departir amablemente con las bellas señoritas. La verdad es que bella, bella, era una de ellas, lo cual siempre plantea un problema. La amiga no tan bella (tampoco es que fuera un horror) tenía la mirada cruzada, y eso es mal asunto, porque era más rara que Quintero entrevistando a su perro. Como mi amigo y yo somos unos gentleman deportivos, tampoco nos dábamos codazos por ligarnos a la guapa, aunque en el fondo de nuestras almas nos gritásemos que ése era el objetivo. El caso es que a lo tonto nos quedamos solos con ellas, mientras el resto de amigos habían desaparecido, y esto ya se quedaba en un claro mano a mano.

Mientras mi amigo mantenía una conversación seria con la guapa, en la que nos enteramos de que era una chica comprometida que le gustaban los niños, y que trabaja en una guardería, su mundo, su pasión. Yo mantenía absurdas disquisiciones, creo recordar, sobre que Herodes en el fondo siempre fue un incomprendido y un maltratado por la historia. Pensando que me iba a mandar a recoger ajetes, el caso es que no, y parecía que incluso se reía, no sé si por pena, o por este mundo políticamente correcto (yo creo que no entendía mi humor). A todo esto, la rubia nos contaba cosas sobre la radio deportiva donde trabajaba y unas extrañas movidas sobre el periodismo, donde al parecer cuecen habas, como en cualquier otra cocina. Estaba claro que uno se llevaría a la tierna y guapa, y al otro a la loca y rara.

Al cabo de un rato, las dos se ausentaron juntitas al baño que, como todo el mundo sabe, es el cuartel general de campaña avanzado de toda mujer en batalla. Nosotros nos quedamos en la barra comentando que la tierna molaba, pero que no tenía pinta, ni daba señales, de elegirnos a uno de los dos. El caso es que regresaron, cayeron un par de copas más, y surgió el qué hacemos ahora. La tierna, mona y comprometida intentaba convencer a su amiga de ir a su casa y allí comer algo. Así que por fin, nos fuimos, y cogimos el coche de la rubia. Pero ésta, al llegar a la calle de la amiga, empezó a decir que se quería ir a casa, que vivía lejos, que era muy tarde, y que vamos, que el “Alea jacta est” para ver quién se ligaba a la tierna se iba al mismo lugar que la burbuja inmobiliaria, o sea a la mierda.

La amiga arrancó el coche, y allá que se marchó con su pedete, así que nos quedamos el amigo, yo y la tierna. Lo del trío no es algo que me pase por la cabeza con un amigo, más que nada por si de repente la cosa se pone monótona y en el mete y saca nos ponemos a hablar de la Liga, o del plan de reflote de los bancos. Ya sin plan, y con la tierna que se subía a casa, y como no había dado señales ni visos de acercamiento a ninguno, pues la acompañamos al portal, como caballeros que somos. Una vez allí, nos dimos los teléfonos y un par de besos, con la intención de vernos otra vez para que nos contase la evolución de la tierna infancia apañola que, algún día, nos mantendrá. Fue entonces cuando sucedió. Algo que pasará a los anales de mi historia oscura con las mujeres, y mira que es oscura. Algo que ocupa el top 5 de mis humillaciones, emulando al gran Nick Hornby. Al abrir el portal (que encima era con barras de acero forjado), y decirnos adiós, giró la cabeza hacia mi amigo y soltó una frase que todavía resuena en mis oídos: “tú te subes, claro”. Y mi amigo, pues se subió, claro, y me cerraron la puerta del portal con barras de hierro forjado en las narices. Camino de casa, iba pensando que por qué los trípodes marcianos no atacaban de una puta vez, hombre.

Al día siguiente, mi amigo me llamó para disculparse y decirme que sentía lo ocurrido, pero que estaba muy necesitado. Uno, que es comprensivo, lo entendió y soltó el típico y absurdo, hoy por ti, mañana por mí (y un cojón de pato). El caso es que saque un par de lecciones de tan portalera situación, que me han hecho aún más razonable y mejor persona:

1. No es conveniente bromear ni hacer chistes de Herodes a una tierna, mona y sensible empleada de guardería.

2. No podías haber tenido un poco de sensibilidad y haber esperado a que nos fuéramos y, ya que nos pediste el móvil, haberle llamado para que se volviese sin darme con la puerta de barras de hierro forjado en las narices... ¡¡¡CACHO PERRA!!!

Pues eso, ojo con los portales de noche, que los carga el diablo.


martes, 3 de febrero de 2009

Los fachas

Dícese, según la RAE, o sea la Real Academia de la Lengua Apañola, que "facha" significa traza, figura o aspecto; en su segunda acepción se afirma que es la manera coloquial de denominar a un mamarracho, o un adefesio; y más adelante se dice que es la forma despectiva de llamar coloquialmente a un fascista, o persona de ideología política reaccionaria.

La verdad es que esta entrada es impropia de mí, más que nada porque me aburre mucho el tema político, y porque mi grado de compromiso es equivalente al de un concursante del Gran Hermano delante de un libro. Pero no puedo evitar hablar de ello tras ver todo el revuelo montado con el falso vídeo del Gran Wyoming. Como saben, y si no lo resumo como haría Hurley con las cuatro primeras temporadas de Lost (qué grandes los guionistas, qué manera más subliminal de repasar horas y horas de serie en una escena de minuto y medio), “El intermedio”, el programa de La Sexta que conduce el Gran Wyoming, tiene un pique importante con un programa llamado "Más se perdió en Cuba" (¡toma Moreno!) de la cadena que se hace llamar Intereconomía (la pueden encontrar en la TDT), donde salen unos señores con corbatas muy enfadados con todo en general, y con nada en particular. La diferencia entre ambos programas estriba en que los primeros se cachondean de los segundos con gracia, mientras que los segundos sólo intentan tener gracia sin poseerla, que es algo muy ridículo, parecido a cuando te pillaban mirando las tetas de una compi en el cole y te ponías muy muy rojo (de vergonzoso, no de Marx).

El caso es que como el don del humor parece ajeno a estos señores enfadados (muy bien peinados, eso sí) con casi todo en general, y con nada en particular, no les queda más remedio que acudir al recurso de manual que todo buen fachilla apañol que se precie siempre tiene a mano: insultar a bocajarro. Progres, asquerosos, pervertidos, bufones, tipejos, son algunas de las lindezas que suelta cada día un señor (con un parecido notable al actual presidente del Madrí) con facha (¡ojo!, figura, aspecto) de empresario repeinado haciendo gracias en un consejo de administración. El problema es que una de sus jocosidades fue llamar puta a Beatriz Montañés, la colaboradora de Wyoming, que meses atrás hizo un sketch picantón para poder competir con un partido de la Selección en la Eurocopa. Intentar explicar a estos señores lo que es ficción, es algo tan complejo como entender un soliloquio de Dani Güiza.

¿Y qué han hecho los perpetradores del programa del Wyoming para responder a estos insultos? Pues metérsela doblada a los intereconómicos hasta la mismísima bola, demostrando una vez más que la derecha, o la parte más rancia de la derecha, aparte de estar siempre muy enfadada y tener un humor muy particular (y tan particular que yo todavía no lo he encontrado), mienten más que hablan. ¿Será un gen?, ¿o es algo cultural?

Por recordar de nuevo el asunto y resumir la polémica (ayyyy, que no soy Hurley), en el citado vídeo el Wyoming echa una bronca humillante a una pobre becaria. Si bien es cierto que se puede poner en duda el gusto de la trampa-broma, ya que ese tipo de broncas existen, y yo las he visto en platós por parte de algún que otro hijoputa esquizoide que hay en la profesión, yo comprendo perfectamente los motivos de los guionistas de “El intermedio” (seguro que ni siquiera es una idea de Wyoming) para gastar esta inocentada con retraso. Sabían los muy pillines que poniendo al Gran Wyoming en plan tirano y usando un vocabulario soez con mucho “estoy hasta los cojones” (más propio de alguien de derechas muy cabreado), los señores enfadados de Intereconomía iban a entrar al trapo para obtener la excusa perfecta que necesitan respecto a un progre: decir que es un tirano que gana un montón de pasta... qué cosas. Y así lo hicieron, y consiguieron que todo el país hablase del vídeo de marras, creando una espectación que les habrá permitido, encima, aumentar la audiencia del programa.

Dejando esta polémica aparte, a mí particularmente me gustan los humoristas que se ríen de todos y de todo. Lamentablemente hay pocos en este país (ayyy, qué grande era El Guiñol) que usen un estilo más anglosajón de despellejar a todo el que se mueve. Aquí funciona todo lo contrario. Cuando se hace humor, o parodia, generalmente se utiliza el corporativismo con la casa que paga, el clientelismo, las manías personales, o el dogmatismo. Y es una pena porque hay gente muy brillante, pero que se excede en su proselitismo. Dos ejemplos de ello son Forges y el propio Wyoming, personajes a los que sigo habitualmente, pero que, a veces, se hacen repetitivos en su crítica continua hacia el mismo lado. Por supuesto, cada uno tiene sus ideas, y es muy respetable usarlo en el humor, pero puede caerse en el cliché facilón, si bien es cierto que estos dos tipos, incluso usando el cliché, son geniales, y por ello no me los pierdo.

Por este motivo, quería finalmente citar a otros dos individuos que encajan perfectamente en mis gustos, y que no dudan en reírse de todo y de todos. Además lo hacen con una retranca muy británica, que a mí me gusta un poco más. Me refiero al genial dibujante Ricardo, que trabaja en “El Mundo”, cuyas inteligentes viñetas llevan asombrándome desde hace años, y al gran periodista y escritor Enric González, que escribe en El País, un tipo que consigue la cosa más difícil del mundo: tener mucha gracia con una escritura de sencillez pasmosa; además de estar cargada de ironía, sarcasmo, y una notable capacidad para reírse de sí mismo, y del medio que le paga, si es menester. Garantizo a todo el que tenga curiosidad que es de lo mejorcito que se puede encontrar hoy en día en este país, además de ser una delicia tanto sus artículos como sus libros.

De todas formas, y volviendo al título de esta historia tan poco mía, todavía me pregunto quién es el genio que asesora a los señores graciosos de la derecha. Desde Tip no ha vuelto a salir ninguno que merezca la pena (encima hacía humor con uno de izquierdas, lo que demostraba la inteligencia de ambos), y cuando ves a un Urdaci, o al señor que se parece al presidente del Madrí, te entran ganas de hacerte trotskista, o leerte de carrerilla el Libro Rojo de Mao. En fin, que yo quería hablar de Nadal y Federer, esos dos guerreros que han viajado en el tiempo desde la Grecia Antigua de Aquiles y Héctor, pero al final no me ha quedado más remedio que escribir sobre señores con traje que están muy enfados con todo en general, y con nada en particular . O sea, los fachas.


(En fin, genial la broma, la explicación, y el remate final de Wyoming explicando al señor que se parece al presidente del Madrí, lo que tienen que hacer si realmente le quieren hacer daño)