jueves, 8 de diciembre de 2011

El final

Todo tiene un final en esta vida, empezando por nosotros mismos. Pero bueno, no es ésa la despedida por la que estoy aquí. 101 historias llega a su fin. Pues sí, todo tiene un final, por suerte, porque alargar las cosas así porque sí, pues no tiene sentido. En los últimos tiempos he hecho méritos suficientes para que la cosa fuera acabando. Digamos que lo que empezó con mucho ímpetu ha terminado con poca chicha. Quizás por eso de que las cosas se empiezan con la fuerza de la novedad, como si fuera una metáfora de la juventud, para luego acabar arrastrándote por ellas como si fuera un motor gripado. En mi caso, todavía puedo tener una miserable excusa ya que si hay algo que tenía claro con respecto al blog, es que tendría fecha de caducidad, es decir, serían 101 historias clavaditas, ni una más ni una menos.

101 historias me lo propuse como un pequeño reto. La idea era tener un sitio donde poner cosas pequeñas (suelo ser extensivo en general, nobody is perfect) y que la gente pudiera leerlo. Estaba harto de mandar mis pequeños escritos por correo electrónico a los amigos, sintiendo que invadía casa ajena, o molestaba. Así que la tecnología (y las redes sociales), para lo bueno y lo malo, nos permiten este pequeño milagro, imposible hace una década, de poder compartir con el mundo lo que te sale del teclado. Y uno lo hace por amor al arte, aunque para qué les voy a engañar, ojalá viviera de ello.

En estos últimos meses escribir para el blog me ha costado bastante, y a eso se ha unido, además, estos tiempos oscuros que invitan a hacer poco, la verdad. Pero en general debo decir que ha sido una experiencia bastante gozosa, sobre todo por el aspecto narrativo. Digamos que he podido salirme del esquema al que estoy habituado, es decir, el guión. Lo he disfrutado en muchos momentos y, encima, mi egotrip ha quedado satisfecho, como debe ser, por otra parte.

Quería contar pequeñas historias, pero también quería señalar, pero también quería reflexionar, pero también quería viajar, pero también quería soñar, pero también quería recordar, pero también quería desbarrar, pero también quería molestar, pero también quería ensalzar, pero también quería inventar, pero también quería insultar, pero también quería piropear, pero también quería filosofar, pero también quería divertir, pero también quería emocionar. Todo ello se ha intentado. Por suerte he podido llegar al final con esta última historia (la 101), que no es más que una despedida, unos créditos finales, un epílogo, un “adieu”, un “auf wiedersehen”, un “say goodbye, my friends”... This is it.

En estos cuatro años he escrito auténticas mierdas, y otras no tanto. Algunas de ellas han gustado mucho, otras nada de nada, la mayoría me han salido largas, alguna incluso corta y algunos me han recomendado que me dedique a escribir para las cajeras del DIA, lo cual es un principio. Alguno me acusó de noño, otros me señalaron que era un poco animal, seguramente alguno se indignó, quizás unos cuantos querían historias más a menudo, y puede que unos pocos se hayan reído, pero espero que uno o dos se hayan emocionado. Todos ellos, para lo bueno o para lo malo, pues tienen razón. Es el público soberano, y no se escribe (al menos yo) para saciar onanismos, que para eso ya tengo otras cosas. Lo que está claro es que no se puede gustar a la mayoría, ni se puede alcanzar todo, aunque yo aspiro a tener una mesa de ping pong algún día. La pena es que ahora que tengo más visitas, me piro. Como dice un amigo: no se puede calentar la tetera y luego no servirla. No tengo remedio.

Poco puedo añadir, han sido 101 historias de todo tipo que espero hayan disfrutado, y si alguno tiene interés futuro, por aquí se quedará en la Red de redes, como una especie de fósil que se irá desgastando con el paso del tiempo y, dentro de unos años, seguramente será infumable. Así que, como esta despedida ha tenido poco de historia (es lo que tienen las despedidas), debería intentar contar algo, aunque sea en los últimos párrafos. Pero como me he vuelto vago, dejado, perezoso, desencantado, ocioso, cínico, asocial y demás lindezas que puedan imaginar, voy a usar las palabras de otro (mucho más brillante que yo, obviamente) que, además, me parecen muy adecuadas como despedida. Me refiero a David Torres, novelista y columnista por el que siento cierta cercanía, en especial por su forma oscura, y algo cínica, de ver las cosas.

En su novela “El gran silencio”, Roberto Esteban (ese ex boxeador con maneras de pistolero crepuscular, que también protagoniza la magistral “Niños de tiza”, otra de las novelas de David) se encuentra en el bar que regenta su amigo Sebas. Ambos se ponen a hablar de recetas de cócteles famosos. El ex campeón (por si no lo saben, se dedica en la vida a dar hostias por dinero) le pide al barman que le recuerde una famosa anécdota sobre el creador del dry martiny. Y entonces, Sebas le cuenta una pequeña historia que, obviamente, tiene su moraleja, para que cada ustedes (gentes pensantes) puedan meditarla lo que gusten:

Sebas seguía limpiando vasos tras la barra, flaco y calvo, silencioso y displicente, tal y como se supone que debe ser un barman. Entonces tropecé con un nombre en la carta.

- Sebas, ¿cómo era esa anécdota que me contaste sobre el tipo que inventó el dry martini?

Sebas se acercó y se puso frente a mí.

- Es una anécdota falsa, probablemente una fábula. Por lo visto el dry martini lo inventó un barman cubano o español, no recuerdo bien. Se llamaba Martínez y de ahí lo de dry martini. Bien, en su vejez, el dueño de un local francés muy famoso quiso comprarle la receta. Le ofreció una millonada. Una estupidez, por otra parte, ya que el cóctel era famoso en todo el mundo y nadie podía cambiarle el nombre. De haber aceptado, Martínez se hubiera forrado. Era pobre y murió en la miseria, pero ¿sabes lo que le contestó al francés?

Negué con la cabeza.

- No se puede vender la luna, monsieur.

(Me despido con esta épica y suicida canción de ese geniecilla pelirroja llamada Florence + The Machine)

Hasta nunca... esto fue 101 historias.