sábado, 6 de febrero de 2010

El Apocalipsis

Si algún día llega el Apocalipsis no será tal y como lo describen la Biblia, los falsos profetas o los visionarios tipo Nostradamus. Si algún día llega el Apocalipsis será tal y como lo escribe Cormac McCarthy.

Hace cuatro año pude leer la que para mí es una de la obras más estremecedoras que me he echado a la jeta. Es el desgarrador y brutal relato de un viaje hacia la nada, la historia de un padre y un hijo caminando por una infinita carretera oscura, llena de cenizas y depredadores que pueden morderte el culo, y no lo digo metafóricamente. Se llamaba y se llama “The road”, aunque también podría titularse un viaje por el infierno. A pesar de lo terrible que cuenta, y el paisaje desolado que lo habita, es una historia de amor imperecedera. Si alguno de ustedes no ven las cosas de manera diferente al terminar de leer el libro, es que entonces deben pedir hora inmediatamente con su médico de cabecera.

Imaginen por un momento que el mundo tal y como lo conocemos ahora ha sufrido una hecatombe, pero sin saber realmente qué tipo de hecatombe. Imaginen que, de pronto, de la noche al día, todos ustedes se convierten en mendigos. Sí, exactamente, imaginen un mundo poblado por esos seres a los que preferimos no mirar a la cara, a los excluidos que pueblan el metro, las salidas de los Vips, El Corte Inglés, las puertas de los restaurantes, los bancos de los parques. Todos esos que ven pasar la vida en contrapicado, cuyas miradas pétreas son de aquél que hace tiempo dejó de vivir. Imaginen que el mundo de repente se ha llenado de parias y, además, no hay nada para comer. Los árboles se mueren, no existen cosechas ni terrenos fértiles, los animales han desparecido de la faz de la tierra. No existe nada, salvo oscuridad. Sólo sobreviven aquellos que se comen a los más débiles. Ése es el mundo que nos describe Cormac McCarthy cuando todo se joda irremediablemente.

Y en medio de ese “Paraíso Perdido”, un padre cuida de su hijo, le enseña a sobrevivir, a tomar decisiones (aunque sean brutales) que le permitan seguir adelante cuando él no esté, le ejercita a no fiarse de nadie y a que nadie le arrebate la pistola con dos balas que llevan como única defensa ante las bestias. Pero al mismo tiempo, mientras en la noche oyen los gritos descarnados de los que son devorados, también le enseña que hubo un tiempo en que hubo belleza. Y lo hace a través de viejos y mohosos libros donde el niño descubre cosas como que, una vez, existieron los pájaros.

Hoy se ha estrenado la película. La esperaba con impaciencia. Era muy difícil que alguien se pudiese cargar un material tan certero, pero ya ha ocurrido en alguna ocasión. Como guionista debo decir ante todo que la adaptación de una obra literaria debe ser completamente libre. Las cadenas del material previo no deben pesar sobre el adaptador. Pero una cosa es sentirse libre, y otra muy diferente es despreciar la valiosa materia prima de la que debes nutrirte. En este caso no ha ocurrido así. La visión de John Hillcoat sobre tan fatídica y oscura historia es exactamente la que tenía en mi cabeza cuando leí el libro. Los impresionantes diálogos escritos por McCarthy se dejan entrever en la pantalla, aunque no llegan a la grandeza de la pluma de tan gruñón y escurridizo genio. El aspecto visual de la película es absolutamente descorazonador. La fotografía de Javier Aguirresarobe debería ir directamente a un museo. La dirección artística, la visión del mundo entre cenizas, te dejan con el corazón en un puño. Pasas angustia y miedo cuando los lobos (gente que una vez fueron respetables seres humanos) acechan a sus víctimas. La escena de la casa, cuya descripción en el libro te helaba la sangre, en la película te deja sin respiración.

Mundo aparte son las actuaciones. La interpretación de Viggo Mortensen básicamente define a un gigante, no sólo por el esfuerzo físico que realiza, sino por esa mirada desolada, ese llanto sordo en la intimidad, esa forma de dormir con la boca desencajada y el corazón en un puño por si es el último despertar. El trabajo del niño, el tal Kodi Smit-McPhee, directamente te desarma. No la vean doblada, no escuchar la acongojada voz original del niño sería un pecado que merecería el purgatorio como mínimo. Es imposible doblar esa forma de interpretar.

No voy a recomendar a nadie que vaya a verla, tal y como están las cosas y con la que está cayendo. Sales mal del cine, a pesar del pequeño hilo de esperanza que pareces encontrar al final, fidedigno a la novela, por otra parte.

This is the end, my friend. La cagamos y lo dejamos todo hecho unos zorros. Ya nos avisaron y nos lo tomamos a cachondeo. Casi mejor no sobrevivir para verlo. Ha llegado, ya está aquí: el Apocalipsis.