Un hombre juega a la maquina entre las sombras de un bar. Bebe cerveza y fuma, bola tras bola. A través de la ventana, entre los adornos navideños, vemos un paisaje apagado, gris, invernal. Falla la última bola. El hombre se queda pensativo, mirando al vacío. No es que haya perdido una bola ni una partida, es que su vida entera es una derrota.
Éste es el arranque de una de las películas de siempre. La adaptó de una novela de Barry Reed uno de los mejores guionistas contemporáneos (Mamet), la dirigió uno de los más grandes de siempre (Lumet), la interpretó el mejor de todos (Newman).
Es la historia de un abogado alcohólico derrotado por la vida, que se gana el sustento dejando su tarjeta en velatorios y contando de noche, entre copa y copa, chistes malos a los colegas en la taberna. Va a tener su última oportunidad de redimirse, de hacer algo grande, de poder levantarse por la mañana con algo más que una mala resaca.
Es una historia de connotaciones épicas, en la que uno se enfrenta a todos: a un juez cabrón y soplapollas (qué raro) que hace lo imposible porque pierda el caso, a unos curas repugnantes, dueños de un hospital, preocupados por su reputación moral antes que por la vida de sus pacientes (qué raro), a un abogado ladino y sin escrúpulos capaz de hacer lo que sea por ganar (otro monstruo llamado James Mason), a los familiares de la chica que han dejado en coma los médicos de los curas y que sólo quieren cobrar el dinero y marcharse, a su pasado de ingenuo abogado idealista, al sistema que todo lo puede.
Sólo le apoya un viejo amigo que le cura las borracheras y que hace de investigador para él (grande, muy grande Jack Warden), y una misteriosa y bella mujer de la que se enamora en una noche de copas, y que le va a traicionar porque no quiere más perdedores en su vida.
Fue su última interpretación genial después de muchas otras. Ya anciano realizó un último recital como padre de Caín y Abel en la crepuscular, oscura y hermosa “Camino a la perdición”. Pero si me tengo que quedar con una imagen de él, es en esta película como abogado derrotado por la vida, jugando a solas con la máquina del bar, escuchando a solas en su despacho el teléfono que suena y suena, y al que no quiere dar respuesta.
Hay gente que debería ser eterna. Y ése es mi veredicto final.
Éste es el arranque de una de las películas de siempre. La adaptó de una novela de Barry Reed uno de los mejores guionistas contemporáneos (Mamet), la dirigió uno de los más grandes de siempre (Lumet), la interpretó el mejor de todos (Newman).
Es la historia de un abogado alcohólico derrotado por la vida, que se gana el sustento dejando su tarjeta en velatorios y contando de noche, entre copa y copa, chistes malos a los colegas en la taberna. Va a tener su última oportunidad de redimirse, de hacer algo grande, de poder levantarse por la mañana con algo más que una mala resaca.
Es una historia de connotaciones épicas, en la que uno se enfrenta a todos: a un juez cabrón y soplapollas (qué raro) que hace lo imposible porque pierda el caso, a unos curas repugnantes, dueños de un hospital, preocupados por su reputación moral antes que por la vida de sus pacientes (qué raro), a un abogado ladino y sin escrúpulos capaz de hacer lo que sea por ganar (otro monstruo llamado James Mason), a los familiares de la chica que han dejado en coma los médicos de los curas y que sólo quieren cobrar el dinero y marcharse, a su pasado de ingenuo abogado idealista, al sistema que todo lo puede.
Sólo le apoya un viejo amigo que le cura las borracheras y que hace de investigador para él (grande, muy grande Jack Warden), y una misteriosa y bella mujer de la que se enamora en una noche de copas, y que le va a traicionar porque no quiere más perdedores en su vida.
Fue su última interpretación genial después de muchas otras. Ya anciano realizó un último recital como padre de Caín y Abel en la crepuscular, oscura y hermosa “Camino a la perdición”. Pero si me tengo que quedar con una imagen de él, es en esta película como abogado derrotado por la vida, jugando a solas con la máquina del bar, escuchando a solas en su despacho el teléfono que suena y suena, y al que no quiere dar respuesta.
Hay gente que debería ser eterna. Y ése es mi veredicto final.