jueves, 31 de diciembre de 2009

Conclusiones

Unas conclusiones finales, amigos míos, ahora que termina el año y que nos llega otro con muchas curvas y redondeces, por eso de tener dos ceros:

La vida seguirá siendo un valle de lágrimas, llena de tristeza y sufrimiento, de momentos malos que superan a los buenos, de aburrimiento, cotidianeidad, rutina, disgustos, discusiones, peleas, frustraciones, decepciones. Pero qué cojones, ¿acaso no mola?

El mundo seguirá siendo un lugar oscuro, cruel, inhóspito, injusto, inseguro, violento, egoísta, corrupto, podrido, sucio, vasto, pequeño, peligroso. ¿Pero acaso no seguiremos con ganas de conocerlo más a fondo?

El ser humano seguirá matando, torturando, cargándose el planeta. Seguirá mirando su ombligo sin mirar alrededor, pisando antes que dando, actuando antes que reflexionando. Seguirá preguntándose por qué está aquí, de dónde vengo y adónde voy, sirviéndole de excusa para usar a etéreos tótems superiores en cuyo nombre todo está justificado. ¿Pero no es este el mismo ser que inventó el cine, el teatro, la música, el fútbol y si me apuran hasta la petanca?

La riqueza la tendrán unos pocos, la miseria los de siempre. El trabajo unos cuantos, el resto sobrevivirán como puedan. Miraremos para otro lado al cruzarnos con los desamparados, los invisibles, los que ya no cuentan, los apartados, los no válidos. El reparto y la justicia lo hará un ciego caprichoso ¿Pero no es gracioso que todos tengamos el mismo final anunciado?

El amor seguirá siendo una entelequia, algo que un día rimaron unos poetas para hacer esto más llevadero. Viviremos en la nostalgia permanente, en el pudo ser pero no fue, en el recuerdo de una vida soñada. En la equivocación, en el deseo ajeno, en el engaño. ¿Pero acaso no es lo que todos anhelamos?

Esto se acaba, my friend. Ya doblan las campanas y esta vez sí doblan por ti. Momento de cenas, uvas, alcohol, buenos deseos, felicitaciones, alegría, abrazos, familia, amigos, mensajes, fiestas.

¿Y después?... Después lo de siempre.


(Les dejo con este señor que una vez dijo eso de: "No creo en una vida posterior, pero por si acaso me he cambiado de ropa interior".)


(Pero también les dejo con esta música del gran Moby... Feliz ano... sí, sí, sin eñe)

sábado, 26 de diciembre de 2009

La turba

Llevaba tiempo sin tener un rato para mí y recuperar viejas costumbres tras mes y medio de un no parar por obligaciones audiovisuales. Hace tiempo que no escribía sobre cine y hace tiempo que iba detrás de una película que muchos consideran una de las cumbres cinematográficas del siglo pasado. Al parecer, el gran Eastwood la cita con asiduidad como referente de su cine. Ante algo así uno no podía dejar pasar la oportunidad de ver la fuente de inspiración del maestro.

Y por supuesto la referencia no es mala. La película en cuestión se llama “Incidente en Ox-Bow”, y sí, es una peli de vaqueros, un western, ese género que hizo grande a unos pocos y en el que siempre se hubiese reconocido aquel trovador de las miserias humanas que una vez escribió eso de “ser o no ser, esa es la cuestión”. Porque “Ox-Bow incident” es una historia que va precisamente sobre eso: las miserias humanas. La película es algo que va más allá de una obra de arte, es un manual reducido de la degradación a la que puede llegar el ser humano. Fue dirigida por William A. Wellman, eso que se conocía en el Hollywood clásico como un artesano, y que como otros de su generación empezó en el mudo, lo que les hizo dominar este oficio como nadie. A lo largo de su vida Wellman nos regaló unas cuantas obras superiores, entre ellas otro demoledor retrato humano, de nuevo en una peli de género, en este caso bélico, llamado “Fuego en la nieve” (Battleground), una historia que se desarrolla durante la carnicería que se produjo en Bastogne, el punto clave de la batalla de Las Ardenas, aquélla en la que los panzers de Hitler casi cambiaron el curso de la II Guerra Mundial cuando los aliados ya se las prometían muy felices.

¿Y de qué va una película de título tan corriente? Pues es la historia de un linchamiento. Nos narra lo que muchos seres humanos normales, buenas gentes, o gentes anónimas, pueden llegar a convertirse cuando se juntan para reclamar justicia. Es la historia de la turba, de la masa descontrolada. Es un retrato de las distintas categorías humanas. Es la historia del sádico que aprovecha el momento para saciar sus bajos instintos, del que se deja llevar por no destacar, del que mira hacia el otro lado, del que prefiere callar por si le acusan a él, del intolerante que no quiere pruebas porque él las tiene todas, del racista que sabe que sólo el de fuera es el culpable, del padre intransigente que quiere dar lecciones morales al hijo cobarde.

Ante toda esa masa informe de ciudadanos ejemplares, esos mismos que habitaban Múnich en los años 30, o Madrid en los 40, o Johannesburgo en los 60, o Buenos Aires y Santiago en los 70, o los pueblos de Euskadi en los 80, o Srebrenica en los 90, ante ellos que supuestamente representan la ley y el orden de su tiempo, se oponen sólo siete hombres, en inferioridad, intentando hacerles entrar en razón sobre la locura que van a cometer, sobre la injusticia de aplicar justicia a alguien porque sólo estaba de paso, o porque tiene otro color de piel, o porque es de fuera.

Es una película demoledora, un puñetazo a la cara, una bofetada que sólo lo consiguen las grandes obras. Es un guión supremo (Lamar Trotti, autor también de otra joya llamada “El joven Lincoln) con actores como Henry Fonda, Dana Andrews, Anthony Quinn, Frank Conroy, Jane Darwell, William Eythe y Harry Davenport, que expresan lo más difícil: las miradas impotentes ante el horror, las miradas culpables ante el error. Es cine que ya no se hace, contado en apenas 70 minutos. Por eso Eastwood lo tiene como referente cinematográfico y moral. Aunque sólo sea por la escena del bar, merece ya un hueco en un museo.

Les dejo para terminar esta historia número setenta con la traducción de la carta que el personaje interpretado por Dana Andrews escribe a su mujer antes de ser linchado y colgado por la turba. Lecturas como éstas deberían ser obligatorias en los colegios:

"Mi querida esposa: El Sr. Davies te contará lo ocurrido aquí esta noche. Es un hombre bueno y ha hecho todo lo posible por mí. Supongo que hay otros hombres buenos aquí pero no se dan cuenta de lo que están haciendo. Por ellos es por quien siento lástima porque dentro de poco esto habrá terminado para mí, pero ellos tendrán que recordarlo el resto de sus vidas. Un hombre no puede tomarse la justicia por su propia mano y colgar a gente sin perjudicar a todos los demás porque entonces no viola sólo una ley sino todas. La ley es mucho más que unas palabras escritas en un libro o los jueces, abogados o alguaciles contratados para aplicarla. Es todo lo que la gente ha aprendido sobre la justicia y lo que está bien y lo que está mal. Es la mismísima conciencia de la humanidad. No puede existir la civilización a menos que la gente tenga una conciencia. Porque si las personas tocan a Dios, ¿cómo lo hacen si no es a través de su conciencia? ¿Y qué es la conciencia de alguien más que un pedacito de la conciencia de todos los hombres que han vivido? Supongo que eso es todo, salvo que beses a los niños de mi parte y que Dios los bendiga. Tu esposo, Donald".

Amén.


(He dudado si poner o no la escena por su importancia y lo que desvela, pero algo así, una escena así no puedo dejar de colgarla, nunca mejor dicho. Búsquen la película, les removerá el interior o puede incluso que se vean en algún personaje, quién sabe)

jueves, 24 de diciembre de 2009

Navidad

Ya está aquí de nuevo. La Navidad. Entrañables fechas donde las haya. Fechas de reencuentro y felicidad. Tiempo de paz, tiempo de amor, allá donde los mejores deseos afloran. Donde la gente se saluda por la calle, en los bares, en los ascensores, donde se da la moneda al pobre, donde se expresan los mejores deseos al prójimo.

La Navidad.

No puedo decir que le tenga especial manía a estas fechas, pero sí lo que supuestamente tienen que trasmitir y lo que significan para la gente. La Navidad es y será siempre de los niños y por ello me envuelve cierta nostalgia cuando llega el solsticio de invierno. Es aquello que perdí y, ¡ay!, nunca recuperaré. Para los adultos no dejan de ser las fechas más hipócritas del año, las más consumistas, las más oscuras en ocasiones. Y no me parece mal tampoco, quizás una vez al año no es malo disimular, aunque algunos lo hacemos fatal.

La gente se desmadra en Navidad, lo cual tampoco me parece mal. En el curro hay que aprovechar para follarse a ésa que me pone a mil con ese escote, aunque ella esté casada y yo otro tanto. Hay que ponerse hasta las cejas, beber hasta el final, meterme lo que no suelo hacer, pegarse si hay oportunidad, hacer todo aquello que bajo el signo de otras fechas no se haría.

Hay sonreír y felicitar las fiestas incluso a aquel al que sólo deseas el mal, porque te la jugado en el trabajo, porque no te paga, porque te dejó en mal lugar, porque te miró mal. Tienes ensoñaciones en las que le pegarías con un bate de beisbol, o en las que le tiras desde un quinto piso, pero no puedes evitar sonreírle y desearle que pase unas buenas fiestas. Mandas masivos sms deseando paz, felicidad a ti y todos los tuyos, aunque la mitad de esa agenda sea falsa, por puro interés, por ver qué saco algún día de ti, aunque te considere un gilipollas integral.

Hay que cenar con la familia, aunque a una parte de ella la detestes profundamente, aunque el "vuelve a casa vuelve" por Navidad sea peor que una patada en la espinilla. Esas cenas entrañables que acaban en pelea y gritos, años tras año: esa suegra hija de la gran puta, ese padre borracho y violento, ese hermano gilipollas, esa tía facha e insoportable, ese cuñado al que le partiría la cara. Pero todo en compañía familiar. Que no falte. Nos sonreímos todos aunque nos detestemos todos.

Navidad. Ya está aquí de nuevo... Cuánto añoro ser niño.



(Les dejo con una recomendación... por eso de volver a ser niño)