sábado, 4 de abril de 2009

El sueño del director

El niño baja la calle con un bastón en la mano. Uno, al verlo, se pregunta qué hace un niño ayudándose con un bastón para caminar. No parece tener ningún problema físico, e incluso para su estatura, le queda grande. Y la respuesta la obtienes cuando le ves llegar a la entrada de un cine, donde la reja está echada. El niño, entonces, usa el madero como gancho para atraer hacia la reja el tablero con ruedas donde cuelgan fotografías promocionales de una película. La película es “Ciudadano Kane”. Aquélla obra de un genio que cambió el mundo. Y el niño desengancha todas las fotos. Y una vez las tiene todas, echa a correr calle arriba.

Este momento, esta secuencia, es el sueño recurrente del personaje que interpreta Francois Truffaut en la película que él mismo dirigió y co-escribió. Se llama “La noche americana”, y es una obra maestra que cuenta al mundo qué es el cine y cómo se hace el cine. Todo ello visto a través de los ojos de su director, un hombre con problemas de audición, que tiene que resolver las innumerables preguntas que tiene todo el equipo que trabaja para su obra. Hacer de padre, de psicólogo, de general. Responder a todo, en todo momento, de manera adecuada y sin caer en el desaliento, sino quiere que el equipo caiga en picado. Y sus angustias sólo las puede mostrar en sus sueños, en un sueño recurrente donde el joven Truffaut roba los carteles de un cine, los carteles de una película inmortal.

Obviamente tengo poco de Truffaut, pero hace unos días me enfrenté a mi primer rodaje como director de ficción (ya hice un corto documental), acompañado en las labores de dirección por Hugo, un buen amigo con el que ya trabajé hace tiempo, y que es uno de los tipos que más energía le echa a esto de hacer cortometrajes y proyectos con poco dinero. Un auténtico Cassavetes con gafas, capaz de empapelar las tiendas de su barrio para que vayan a ver una película de hora y media de un tipo que conduce marcha atrás hasta Ávila, y todo por amor. Yo no he tenido el sueño recurrente de Truffaut, pero curiosamente, unos días antes del rodaje, y preocupado como estaba por el tema meteorológico (nos llovió y granizó de lo lindo) ya que teníamos que rodar en dos días doce minutos, tuve un sueño extraño.

La historia del corto es la historia de dos antiguos compañeros de colegio que se reencuentran en la cola del cine. Uno de ellos va a acompañado de su hermosa mujer. A simple vista parece un triunfador. El otro tipo va solo, parece huraño y extraño. El huraño reconoce al triunfador y le saluda. Y el hombre que va con su mujer no le recuerda, pero cuando el otro (el huraño), le empieza a contar cosas del colegio y las barbaridades que le hicieron, resurgen los fantasmas del pasado... y todo ello delante de su esposa. Eso es el resumen de doce minutos de historia que premió el Festival de Avilés, y que acabamos de rodar. Como decía antes, un sueño me inquietó a dos días de la grabación. Y es que me sentía en una ciudad parecida a Avilés donde un montón de gente (el equipo, supuestamente) me esperaba. Y cuando llegaba a la localización, es decir, a la puerta de un cine, no había tal puerta ni ningún cine. Y angustiado notaba que todo el mundo me reprochaba que yo tuviera la culpa de que no hubiese cine (quizás por mi pasado como localizador de un par de series muy conocidas), y me ponía a buscarlo como loco por las calles de la supuesta Avilés, con todos detrás de mí. Y desesperado me servía cualquier puerta que daba a la calle, donde se organizaba una improvisada y peculiar cola del cine.

Siempre he querido contar historias desde mi más tierna infancia, y uno veía lo molón que debía ser dirigir. Ya adulto, inicié mi carrera profesional, y entonces es cuando me di cuenta de lo complejo que es ponerse al frente de un equipo de medio centenar (o más) de personas, que te acribillan a preguntas para intentar ellos, a su vez, suplir sus propias inseguridades.

Recuerdo la entrevista que me hicieron para trabajar en mi primera película, como auxiliar de producción, y las palabras del jefe de producción para describirme un equipo de rodaje: “Mira, esto es como una caravana del Oeste, donde unos tipos, desde lo más peculiar hasta lo peorcito de cada clase, tienen que llevar un rebaño al otro lado del Río Grande, pasar todo tipo de penalidades, y cuando se llega a su destino, repartirse el dinero, para que unos se vayan de putas, otros a drogarse y emborracharse, y algunos regresen con sus familias”.

La verdad es que tragué saliva cuando oí la descripción, no sabía dónde situarme, si en las putas, en las drogas, o en las familias. Parecía que el término medio no tenía cabida, así que lo pasé fatal las primeras semanas, donde comprobé que más de un miembro del equipo estaba grillado, otros se pasaban con las sustancias perniciosas, y algunos tenían subido el ego a la enésima potencia. Mis sueños de infancia se fueron al traste en pocos días y me pregunté qué demonios hacía yo allí.

Han pasado ya unos añitos después de ese rodaje, que como el primer polvo (al menos en mi caso) fue un desastre, y me hizo reflexionar sobre el asunto: ¿estarán todos así de mal en esto del cine?, ¿acabaré yo igual? Por suerte hubo más rodajes (y también más polvos) y mi idea inicial fue cambiando. Un equipo de rodaje es una comunidad de emocionas diversas, de personalidades peculiares, de tipos extraños y de gente muy normal, pero todos ellos recuerdan mucho a un pequeño ejército, con un objetivo común, con una meta determinada, con un plan previsto, que siempre se va al traste al primer disparo (que se suele decir en la estrategia militar), y entonces reina el caos y parece que todo se va al infierno, pero siempre, siempre, y uno no sabe cómo o por qué, al final todo sale. Y ese equipo donde existen relaciones intensas de amor-odio, comparte finalmente una copa, y olvida rencores y rencillas, y recuerda los momentos con una sonrisa.

¿Y el director? El director se siente un extraño solitario, pero al mismo tiempo siente que es una especie de guía espiritual, y sabe que algunos le pondrán a caldo, y otros le admirarán, pero que todos, absolutamente todos los miembros del equipo, se dejarán la piel en la batalla, hasta el último suspiro. Y llegarán a destino, y el dinero se repartirá, y cuando se acabe el viaje, esperarán a que les llamen de nuevo, para cruzar el rebaño al otro lado del Río Grande.



(Les dejo con la secuencia del sueño)

(Y el arranque de una película que toda persona que se quiera dedicar al cine... debe ver)

2 comentarios:

Juanjo Ramírez dijo...

Gran peli "La noche americana"!

Enhorabuena por ese primer corto de ficción! Y dásela también a Hugo de mi parte, que he coincidido con él un par de veces en un par de sitios!

A mí me encanta currar en rodajes cuando estoy en ellos como "el último esbirro", dejándome la piel sin tener grandes responsabilidades.

Pero cuando estoy en un rodaje como director, ¡LO ODIO!

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Estoy deseando ver el corto. Y ver cómo resolviste el asunto meteorológico, que estuve acordándome de ti todo el fin de semana...
Todos los besos, Gonzito