martes, 18 de marzo de 2008

La voz

La mano del soldado acaricia el trigo de un campo, con el sol calentando su agotado rostro, mientras una voz, el lamento hermoso de una mujer, se escucha de fondo. El soldado recuerda su lejana tierra antes de empezar la batalla, anhelando volver a ella después de guerrear por medio mundo conocido. Y su épica historia es subrayada por una voz desconocida para todos nosotros, a lo largo de todo el metraje, hasta el clímax final donde canta algo que todos deseamos ser alguna vez... “Now we are free”.

Fue hace años, yo entré a disfrutar de una peli del gran Ridley Scott, que se atrevía a rescatar de las cenizas el viejo péplum. Y me gustó la historia del general que se convertía en gladiador, y me encantó la primera parte de aquella historia, la batalla en la lejana Germania, los gestos del soldado antes de luchar, acariciando la tierra que le podía ver morir; y vi al gran Richard Harris antes de palmarla, y al gran Oliver Reed en plena forma, pero que aparecía como un fantasma porque ya la había palmado. Y me gustó la peli, aunque su final me decepcionó más que su gran arranque, quizás porque no me gustan los finales solemnes, y los discursos me sobran en el cine, salvo que los escriba el gran cocainómano Aaron Sorkin. Pero en mi cabeza no dejaba de repetirse la triste y desgarradora voz de aquella mujer.

Y me puse a indagar, ávido por descubrir quién era la poseedora de semejante torrente de emociones. Y entonces supe que ya había hecho cosas para otros compositores de bandas sonoras, y que su voz salió en la gran “El dilema” (The insider) con un tema llamado “Sacrifice”. Y averigué que fue durante años la vocalista y compositora de “Dead can dance”, grupo que perteneció al mítico sello 4AD, del que también formaron parte “Cocteau Twins” o “This mortal Coil”, con los que también colaboró.

Y desde entonces me acompaña constantemente, sobre todo cuando me siento a intentar juntar unas palabras que compongan una historia. Su voz, ya sea en inglés, gaélico o arameo, te hace evadirte de cualquier cosa que te disturbe, te saca de esta realidad absurda para llevarte a otra plagada de emociones. He escuchado todos sus discos, sus colaboraciones en el cine, donde enseguida son reconocibles sus susurros, ya imitados hasta la saciedad. Pero ella es la única, es una voz que no es de este mundo. Dicen algunos que verla en directo es todo un desafío incluso para los más duros, que resulta difícil no dejarse llevar, no romperse por dentro y conmoverse hasta el fin, con ella, con la voz que acompañaba la mano del soldado que mecía el trigo.




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una vez oí decir a un importante productor musical que una de las mejores cosas de su negocio es que las voces de las personas no cambian demasiado durante muchos años. Y si no mira (escucha) a Bono, Jagger o McCartney, me decía...

Las voces y los olores son como un adn accesible a cualquiera, porque nos permiten identificar a una persona instantánea e inequívocamente, o eso me parece a mi. Los perros, por ejemplo, se guían por esos sentidos para seguir a su amo en los paseos, o para detectar y hasta recordar amigos/enemigos.

Gladiator. Qué grande. Cómo no sentirse gladiador a veces, cómo no querer ser un héroe cuando lo que nos ha deparado la vida es jugárnosla en un circo.

A mí la voz en cuestión me recuerda a la escena en que vemos la mano de Gladiator acariciando las espigas de un trigal mientras camina bajo un sol cegador que cuela sus rayos entre los dedos entreabiertos del soldado, tan acostumbrado a empuñar frías espadas que de repente parece no saber qué hacer con luz y calor en las manos...

Me da mucha pena que se haya quedado sin comentarios el post anterior, el del otro Gladiator. Y me da pena en el sentido de lástima, y también "pena" que en algunos países de Suramérica significa vergüenza. Eso, que me da vergüenza también. Porque si este blog va de 101 historias, por lo menos una debe ser real y no de celuloide. Porque en la vida real también hay inocentes y villanos, y cobardes, y cómplices y tipos que lo cuentan para que no se olvide, ya sea en un guíón o en post o en un bar.

Señor Gonzo, por cierto, no soy Aberrón. Soy Miguel Ángel.

Gonzalo Visedo dijo...

Hombre Miguel Ángel, qué alegría. ¿Entonces eres tu el que lleva fogonazos, o es que coincide el nombre? Lo digo porque en elp rimer comenario de niño marinero salía Aberrón. En fin, que me alegro leerte después de tanto tiempo. De hecho, este blog en parte te lo debo a ti, ya que hace unos meses publiqué un artículo sobre la trágica muerte de Juan Antonio Cebrián y su Rosa de los Vientos, a la que descubrí gracias a ti, y fue ahí donde pensé en montar el blog para publicar estas pequeñas cosillas.

Sobre todo me alegra que estés escribiendo allá en la India, que descubriese de tu paradero por azar, al ver en internet cosas tuyas sobre ese mundo, y ya sabes que ahora también sigo tu blog sobre Asia en El Mundo ... cojonudo.

Pues nada, que bienvenidos sean tus comentarios y sabia pluma. Y en cuanto a la falta de comentarios en el post anterior, bueno, es una pena, esperaba algún comentario, pero tampoco me importa mucho, yo seguiré escribiendo y pensando igual.

Martine dijo...

Buenas tardes Gonzo,
confieso que no es la primera vez que visito tu Bitácora, y que no había dejado, hasta ahora, comentario alguno. Me gusta lo que escribes y como lo haces, y te agradezco el darnos a conocer,otra confesión, esta espléndida voz, la de Lisa Gerrard...

Un abrazo Gonzo.

Anónimo dijo...

Los principios estan muy bien,no digo yo que no,es más,es importante tenerlos,pero suelen estar muy sobrevalorados;se puede tener un principio prometedor y terminar acabando muy mal.
Considero más decisivos los finales,un buen final puede salvar una película.
Todos nos quedamos a ver el final con la insistencia del inversor;hemos pagado y queremos ver si el mal vuelve a vencer sobre el bien o simplemente cómo se sale del jardín.
Estupendos guionistas y directores como Charlie Kaufman o David Linch a menudo se pierden al final,o nos despachan con uno de esos finales abiertos que se prestan a que pensemos que son producto de la vaguería o de su incapacidad de terminar con bien tanta paja mental.
Nos hemos vuelto un poco snobs con los denostados finales felices,como si un final feliz ya solo pudiera satisfacer a los paladares poco exigentes.
Otra opción como empezar por el final conduce a una inevitabilidad muy melancólica.
Personalmente detesto esos finales aleccionadores con moralina que producen en mí el deseo de encarnar todo contra lo que abobinan.
La mayoría de la gente opta por olvidar los finales de las películas,en un proceso mental inconsciente que garantiza volver a disfrutar al volver a verlas.
Finalmente añadiré que quedarse a ver el final es la mejor razón para no suicidarse.
Diva Gando.