martes, 24 de mayo de 2011

El patio de colegio

Erase una vez un patio de colegio. Con sus maestros, sus curas, o sus funcionarios de la ESO, como ustedes gusten, según los tiempos, o la generación. Allí, como en la granja de Orwell, se decide el destino de sus habitantes y su futuro, además del carácter que siempre llevarán consigo. Allí, asistimos en primera persona a una lección de supervivencia, como si fuera un documental de bichitos de La 2. Allí, en el patio, los enrrollaos, o sea los poderosos, dominan el cotarro. Los enrrollaos (también conocido como "malotes"), a veces lo son por eso de la infancia asilvestrada. Aunque no siempre es así. En su mayoría, los llamados "malotes", en realidad son buenos, aplicados, de brillantes notas, y con un papá al quite, por si las cosas se tuercen.

Los enrrollaos, a los que llamaremos “el poder establecido”, son niños que se definen por una personalidad incipiente, controladora, carismática, e, incluso, arrolladora, aunque si se complica la cosa, ya vendrá papá para resolver el tema. El poder establecido se dedica a hacer la vida imposible al pringao (los raritos, o los pequeños) por diversos y variados motivos que van desde su cara, o su fealdad, o sus orejas prominentes, o sus gafas de banda ancha, o sus actitudes extrañas (no jugar al fútbol), o sus olores corporales, o la peculiar profesión del padre o, por supuesto, la consabida clase social, por no olvidar el origen étnico, religioso o de raza.

A veces ni siquiera hay un motivo claro para hacerle la vida imposible a un pringao. Puede ocurrir que éste no le ría las gracias al poder, o puede que no le siga en sus aventuras, o no le admire y pelotee lo suficiente. O incluso puede ocurrir simplemente que al poder le ha dado por ahí. Puede que el pringao no cumpla ninguno de los requisitos para ser un apestado, que simplemente la cagó en el momento más inoportuno.

Y eso es lo que le ocurrió al pobre Héctor, nuestro pringao imaginario, y que nos sirve de ejemplo para ilustrar esta pequeña historia. Un día, Héctor, siendo un niño de EGB, se cagó en los pantalones. Probablemente por un problema gástrico, o porque algo le sentó mal, o simplemente porque se fue de tripas. El caso es que Héctor se cagó estando en clase y ahí empezó su calvario.

Durante años, el bueno de Héctor fue humillado, vejado, maltratado, arrinconado, obviado, y demás participios que se les ocurran. Incluso ya siendo mayores, seguía siendo objeto de diversión por parte del poder establecido. Incluso cuando le cambiaron de clase, el poder establecido decidió ir a buscarle a la nueva clase para burlarse de él y conseguir que sus nuevos compañeros también le marginasen. Era una especie de internacionalización de la repulsa, o mejor de globalización, para que ustedes lo capten.

¡Pobre Héctor! Los enrrollaos manejan, dirigen, manipulan e, incluso, ordenan el cotarro. Es así, y será así por siempre, salvo que alguien empiece a decir “no”, o algún loco se levante. Como es obvio, los poderosos del patio no suelen mancharse las manos. Su futuro nunca se torcerá: heredarán el negocio de papá, o bien, un puesto en la empresa, o bien, un enchufe en un puesto influyente. Sus esbirros se encargarán del trabajo. Son la carne de cañón, los que hacen el trabajo sucio, la fuerza bruta, los sacrificables. Nada ha cambiado desde Roma. Los pretorianos les mantienen, aunque éstos últimos sólo alcanzarán un piso en las Tablas, decorado en la tienda sueca por la que pasan todos los fines de semana. Las casas con parcelas del poder establecido tienen otras tiendas, de más nivel, y altos muros de separación.

¿Y qué hacen los demás mientras tanto? ¿Cómo actúa el patio cuando el poder establecido abusa de los demás? ¿Alguien defiende a Héctor? ¿Se unen los más débiles para ayudarse entre ellos? ¿Alguien alza la voz, se rebela, levanta el puño contra la injusticia?

Algunos lo piensan, pero temen a los enrrollaos. Sus pretorianos dan miedo, incluso al traspasar los muros del patio. En la calle incluso son más peligrosos. ¿Qué se puede hacer frente a ello? La mayoría viven como pueden en el ecosistema del patio. Hay que sobrevivir y, a ser posible, pasarlo bien. Los deportes son una alternativa: el fútbol (sobre todo), pero también el baloncesto es una buena opción. Según la estación del año, tienen las canicas, el yoyó, o las chapas. Además de comentar los programas y series de la tele, que les hipnotizan por la noche, y sirven de consuelo.

Eso es la mayoría silente. Los niños que no quieren líos. Mejor miramos a otro lado, no vaya a salpicar, piensan. Pero también existen los que aprovechan para unirse a los enrrollaos, conseguir su plácet, estar cerca del poder, ser algún día uno de ellos, aunque sólo sea en sueños. Son los lacayos, los que ríen las gracias, los que se burlan de Héctor para que certificar que ellos pueden ser también unos enrrollaos. Los que pisan a quien sea por conseguir un objetivo. Los que usan la sonrisa en su rostro, pero en realidad están usando la daga para calumniar y manipular de manera traicionera.

Así es el día a día en el patio del colegio. La rutina de un día cualquiera, en una patio de cualquier colegio. Un sistema en el que o te adaptas, o estás fuera de él, con lo que ello supone para el futuro de cualquiera. Es curioso, pero ya siendo adultos, muchos de los que fueron niños recuerdan con cariño ese patio, aunque vivieran abusos o injusticias. Resulta ser un peculiar síndrome de Estocolmo, como si lo ocurrido no hubiese sido tan malo, que es lo que se dicen entre ellos. Quizás porque siguen llevando dentro de ellos a ese niño que una vez fueron, aunque el implacable borrador de la memoria los va borrando como tiza de una pizarra.

¿Y qué fue de Héctor? ¿Qué ocurrió con su destino? ¿En que se convirtió?

Al final tuvo que abandonar la escuela, harto de tanta presión, convenciendo a sus padres de que no podía seguir así. Y fue a otro colegio, donde al menos le dejaron en paz. Y pudo terminar sus estudios. Y empezó una carrera que terminó. Y se casó. Y tuvo hijos. Y ahora tiene un piso en Las Tablas, donde es feliz, y va cada sábado con su mujer a la tienda sueca, y el domingo a las multisalas de cine. Paga sus impuestos y vota cada cuatro años. Es un hombre satisfecho que olvidó ese patio de colegio en el que tanto sufrió. Trabaja en una gran empresa, donde alcanzó cierto estatus. Y no tiene escrúpulos en contratar con condiciones basura a los más jovenes, o despedir a los más viejos si no garantizan productividad, o simplemente por que la cagan alguna vez. No le tiembla la mano, no duda un instante. Es un hombre de su tiempo. Por fin encontró su lugar en el patio del colegio.

Y colorín colorado...



(Iba a poner el discurso televisado de V for vendetta, pero no dejan incrustarlo en ninguna parte, por qué será, así que les dejo el trailer... Remember, remember...)

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