sábado, 26 de diciembre de 2009

La turba

Llevaba tiempo sin tener un rato para mí y recuperar viejas costumbres tras mes y medio de un no parar por obligaciones audiovisuales. Hace tiempo que no escribía sobre cine y hace tiempo que iba detrás de una película que muchos consideran una de las cumbres cinematográficas del siglo pasado. Al parecer, el gran Eastwood la cita con asiduidad como referente de su cine. Ante algo así uno no podía dejar pasar la oportunidad de ver la fuente de inspiración del maestro.

Y por supuesto la referencia no es mala. La película en cuestión se llama “Incidente en Ox-Bow”, y sí, es una peli de vaqueros, un western, ese género que hizo grande a unos pocos y en el que siempre se hubiese reconocido aquel trovador de las miserias humanas que una vez escribió eso de “ser o no ser, esa es la cuestión”. Porque “Ox-Bow incident” es una historia que va precisamente sobre eso: las miserias humanas. La película es algo que va más allá de una obra de arte, es un manual reducido de la degradación a la que puede llegar el ser humano. Fue dirigida por William A. Wellman, eso que se conocía en el Hollywood clásico como un artesano, y que como otros de su generación empezó en el mudo, lo que les hizo dominar este oficio como nadie. A lo largo de su vida Wellman nos regaló unas cuantas obras superiores, entre ellas otro demoledor retrato humano, de nuevo en una peli de género, en este caso bélico, llamado “Fuego en la nieve” (Battleground), una historia que se desarrolla durante la carnicería que se produjo en Bastogne, el punto clave de la batalla de Las Ardenas, aquélla en la que los panzers de Hitler casi cambiaron el curso de la II Guerra Mundial cuando los aliados ya se las prometían muy felices.

¿Y de qué va una película de título tan corriente? Pues es la historia de un linchamiento. Nos narra lo que muchos seres humanos normales, buenas gentes, o gentes anónimas, pueden llegar a convertirse cuando se juntan para reclamar justicia. Es la historia de la turba, de la masa descontrolada. Es un retrato de las distintas categorías humanas. Es la historia del sádico que aprovecha el momento para saciar sus bajos instintos, del que se deja llevar por no destacar, del que mira hacia el otro lado, del que prefiere callar por si le acusan a él, del intolerante que no quiere pruebas porque él las tiene todas, del racista que sabe que sólo el de fuera es el culpable, del padre intransigente que quiere dar lecciones morales al hijo cobarde.

Ante toda esa masa informe de ciudadanos ejemplares, esos mismos que habitaban Múnich en los años 30, o Madrid en los 40, o Johannesburgo en los 60, o Buenos Aires y Santiago en los 70, o los pueblos de Euskadi en los 80, o Srebrenica en los 90, ante ellos que supuestamente representan la ley y el orden de su tiempo, se oponen sólo siete hombres, en inferioridad, intentando hacerles entrar en razón sobre la locura que van a cometer, sobre la injusticia de aplicar justicia a alguien porque sólo estaba de paso, o porque tiene otro color de piel, o porque es de fuera.

Es una película demoledora, un puñetazo a la cara, una bofetada que sólo lo consiguen las grandes obras. Es un guión supremo (Lamar Trotti, autor también de otra joya llamada “El joven Lincoln) con actores como Henry Fonda, Dana Andrews, Anthony Quinn, Frank Conroy, Jane Darwell, William Eythe y Harry Davenport, que expresan lo más difícil: las miradas impotentes ante el horror, las miradas culpables ante el error. Es cine que ya no se hace, contado en apenas 70 minutos. Por eso Eastwood lo tiene como referente cinematográfico y moral. Aunque sólo sea por la escena del bar, merece ya un hueco en un museo.

Les dejo para terminar esta historia número setenta con la traducción de la carta que el personaje interpretado por Dana Andrews escribe a su mujer antes de ser linchado y colgado por la turba. Lecturas como éstas deberían ser obligatorias en los colegios:

"Mi querida esposa: El Sr. Davies te contará lo ocurrido aquí esta noche. Es un hombre bueno y ha hecho todo lo posible por mí. Supongo que hay otros hombres buenos aquí pero no se dan cuenta de lo que están haciendo. Por ellos es por quien siento lástima porque dentro de poco esto habrá terminado para mí, pero ellos tendrán que recordarlo el resto de sus vidas. Un hombre no puede tomarse la justicia por su propia mano y colgar a gente sin perjudicar a todos los demás porque entonces no viola sólo una ley sino todas. La ley es mucho más que unas palabras escritas en un libro o los jueces, abogados o alguaciles contratados para aplicarla. Es todo lo que la gente ha aprendido sobre la justicia y lo que está bien y lo que está mal. Es la mismísima conciencia de la humanidad. No puede existir la civilización a menos que la gente tenga una conciencia. Porque si las personas tocan a Dios, ¿cómo lo hacen si no es a través de su conciencia? ¿Y qué es la conciencia de alguien más que un pedacito de la conciencia de todos los hombres que han vivido? Supongo que eso es todo, salvo que beses a los niños de mi parte y que Dios los bendiga. Tu esposo, Donald".

Amén.


(He dudado si poner o no la escena por su importancia y lo que desvela, pero algo así, una escena así no puedo dejar de colgarla, nunca mejor dicho. Búsquen la película, les removerá el interior o puede incluso que se vean en algún personaje, quién sabe)

1 comentario:

fritus dijo...

Querido Gonzo..se le echaba de menos. Gran recomendación la peli ésta que me parece , por lo que explica, que la he visto ...( no puedo acceder al video porque estoy en el curro y fortiguard no me deja...lo veré esta tarde en casa9 ...pero, que gran entrada, amiguete. Un abrazo