martes, 4 de agosto de 2009

Viento en las velas


Era solo un vago recuerdo. Algo que vi en mi infancia, pero que de alguna forma me dejó marcado: una isla donde un huracán acababa con todo rastro de vida, unos niños que marchaban rumbo a la civilización, un barco pirata que se interponía en su camino, un capitán tosco y valiente que se sabía todos los trucos de la mar, una niña rubia de infinitos ojos azules que se topaba de cara con la madurez. Eran solo recuerdos que permanecían por ahí, como un viejo arcón en un sótano olvidado.

Tuvo que ser un ensayo en una conocida revista literaria infantil (Clij) la que removió mi oxidado disco duro. Fue entonces cuando todo fluyó. En dicho ensayo se hablaba de una novela de principios del siglo pasado. Su autor es un desconocido para la mayoría, pero de su libro se basó una de las películas más desgarradoras que se han hecho jamás sobre la infancia. Desconocía yo hasta leer la revista que la película se basaba en una novela, pero tras leer la reseña corrí a buscar el libro, azotado por los recuerdos de aquella inmortal película. Lo encontré, lo leí y puedo decir que me pasó lo mismo que al leer “Matar un ruiseñor”, la célebre novela de Harper Lee y que fue adaptada al cine por Robert Mulligan y aquella interpretación de Gregory Peck, aquel padre que todos quisimos tener. Libro y película eran igualmente fascinantes.

“Huracán en Jamaica” (A high wind in Jamaica) fue la novela que le hizo pasar a la inmortalidad al hasta entonces desconocido Richard Hughes, un tipo que trabajó para el Almirantazgo, escribió para la radio de la BBC, estrenó teatro en el West End y acabó realizando guiones para la Ealing, aquel estudio cinematográfico británico que nos regaló unas cuantas obras maestras a mediados del siglo pasado y de donde salió el director de la película (Alexander Mackendrick) que se basó en su novela. Mackendrick fue también el director de otras dos genialidades llamadas “El quinteto de la muerte” (Lady killers) y “Chantaje en Broadway” (Sweet smell of success).

Richard Hughes centró y dedicó gran parte de su obra a los niños, y eso uno lo puede reconocer al leer su novela. Yo sólo tenía como referente lejano la película, pero tras leer el libro tengo claro que son muy pocos los que consiguen acercarse de manera tan lúcida al momento iniciático de la vida de toda persona, y Hughes ha sido uno de ellos, por no decir que el mejor. Son pocas las historias que no sólo muestran la inocencia de esa parte de nuestras vidas sino también la inconsciente crueldad que en ellas reside, y eso es lo que muestran tanto la novela de Hughes como la posterior adaptación de Mackendrick.

La historia nos cuenta el viaje de los cinco hijos de la familia Bas-Thornton y los dos de la familia criolla Fernández rumbo a Inglaterra, tras sufrir un brutal huracán que destruye la isla de Jamaica. Sus padres quieren que reciban una educación digna en lugar de hacerlo entre ruinas y costumbres salvajes. Durante el trayecto, el barco en el que viajan es abordado por una goleta pirata. Los niños son secuestrados accidentalmente ya que los piratas comandados por Jonsen (Chavez en la película) y Otto (Zac en la película) no son brutales y despiadados. Se inicia desde ese momento una historia de aventuras donde los niños se adaptan a la dura vida en el mar, y se inicia también la extraña relación de atracción entre la niña Emily y el capitán pirata.

Son muchos los momentos de esta historia que comienza como una aventura fascinante y termina de forma oscura. Es una historia dura y tierna en la que unos rudos piratas tienen que convivir con unos niños que los van a llevar a la ruina. Es un encuentro brutal con la mar y los viajes, pero también con vida y la muerte. Y tiene uno de los finales más desgarradores de siempre. La película fue interpretada en sus principales papeles por uno de los mejores cínicos que ha dado el cine, James Coburn haciendo del pragmático Zac, el lugarteniente del capitán Chávez, cuyo personaje fue interpretado por el viejo Zorba (Anthony Quinn), aquel camaleón humano que en esta película nos regala su mirada resignada hacia Emily tras ser condenado a muerte, una de las miradas más amargas que ha dado la historia del cine.

Cuando era pequeño, en una playa a la que siempre iba con mis padres, había un señor de barba y pelo cano que nos llevaba a los de la pandilla mar adentro con su pequeño bote de vela, donde nos tirábamos de cabeza y nos dábamos un buen chapuzón. El barquito se llamaba “Jolín que yate” y el nombre de aquel hombre ni lo recuerdo. Pasados los años sigo sin poner rostro y nombre a ese viejo que nos hacía felices a unos cuantos locos enanos, así que decidí que su nombre sería Chavez y el pequeño “Jolín que yate” una goleta pirata. Sólo espero que me perdone por no recordarle, al igual que Chavez perdonó a Emily por olvidarle rumbo de la horca.



(No he encontrado imágenes de la película, así que pongo esta gran canción de Simple Minds, que también habla de niños en un lugar donde una vez los lobos acecharon)

1 comentario:

fritus dijo...

Hombre, hombre...está muy bien este post. Me ha encantao el sentido del humor del señor patrón que puso a su -imagino que modesta- embarcación el nombre de “jolín que yate” , y, por supuesto, me han encantao las recomendaciones de libro y peli vinculadas. Vagamente creo recordar que he visto la peli en algún sábado por la tarde de mi infancia en esa “sesión de tarde” de cuando la tele (al menos en mi casa) era en blanco y negro y sólo tenía dos canales.

Un abrazo muy fuerte y póngase a la sombra que el lorenzo de agosto es heavy metal.