miércoles, 17 de junio de 2009

La feria

No recuerdo cuándo fue la primera vez que deambulé por ese paseo de carruajes lleno de casetas bajo el sol agobiante de junio, antesala ya de un verano inminente. No lo recuerdo claramente, sólo la imagen de la gente que iba arriba y abajo comiendo helados, los niños corriendo de una caseta a otra con los padres persiguiéndolos a grito pelado, los que se paraban a hojear y ojear, los dueños de las casetas abanicándose con folletos de promoción, la voz de megafonía informando de los autores que firman, las señoras y señores preocupados en reconocer al escritor famoso... Sólo tengo un recuerdo claro por encima de todos los demás: libros y más libros, de todos los tipos, de todas las formas, de todas las clases. Un escaparate lleno de textos donde sentirse como un niño en una pastelería.

Quién me lo iba a decir a mí que, años después, iba a ser uno más de los expositores que se abanican en una de esas casetas que están bajo ese sol madrileño que abofetea cuando el frío dice adiós. Y es que durante tres años (incluido éste último) he estado ganándome unas perras gordas que compaginen ese otro perro oficio de contar historias. Pese al calor, la lluvia e, incluso, los últimos estertores del frío, la feria del libro, situada en ese mágico parque que hace respirar a la ciudad invivible pero insustituible, es la mejor del mundo por ser la más popular y la menos elitista. Uno puede encontrarse al más sesudo de los escritores y al más friqui de los personajes. Ésa es la feria: comercial, peculiar, desmedida, hortera, sesuda, calurosa, lluviosa, culta, inmensa. Son casi cinco kilómetros que se abarrotan con más trescientas casetas y pabellones. Un hormiguero que recorre una alfombra de papel.

Y tantos días allá te llevan a descubrir gentes y personajes que pueblan cada año ese lugar. De grandes librerías y editoriales, que hacen el negocio del año y se saben todos los trucos, a novatos ilusionados por su veintena de textos editados, desbordados por esta Babilonia cultural. Uno puede pasear y encontrar desde facsímiles a cómics, de libros olvidados a la últimas novedades, de clásicos a best-sellers, de novela negra a ciencia ficción, de ensayos trascendentes a la mejor de las aventuras. Todo allí, en apenas cinco kilómetros mágicos.

“¿Oiga, hijo, tiene usted la revista Raíces?”. Esta era la pregunta que me hacía una anciana enjuta, de moño gris, nariz aguileña, arrugada como una pasa pero en aparente buena forma. Con su chaqueta de lana, su mirada inquieta, acompañada un día por una mujer latina, otro por una mujer negra. Y ambas siempre me miraban de manera cómplice. “No, señora, ya le comenté el otro día que no está en nuestra Asociación desde hace años, pero pregunte usted en la caseta de Serafat, que llevan libros y temáticas judías”. Y la señora me decía que ya había preguntado allá, y que la habían mandado a mi caseta, y luego se iba con paso firme tras darme las gracias. Era la tercera vez que se acercaba para hacerme la misma pregunta... este año.

-Oiga, ¿el libro sobre Astrología que ha publicado Aramis Fuster?

-Aquí no es. Información es la caseta de al lado.

-Ya, pero hay mucha cola, no me lo puede decir usted.

-...

Días de cansancio y de preguntas similares. En mi caso, al ser una caseta de revistas culturales y estar junto a la de información, todo el mundo (incluidos el resto de expositores y los tipos de seguridad) piensa que al no tener libros (eso es porque no han visto revistas de literatura como “Turia”, un libraco de 300 páginas, con una tirada de dos números al año, y sin fotos, claro) estás ahí para eso, para informar de lo que sea. Unos tipos raros con revistas raras y densas. Y uno, por más que se desgañita diciendo a todos que no somos información, finalmente tiene que lidiar con las decenas de personas que se acercan a esa caseta vacía con un tipo que tiene cara de aburrido, que seguro sabe algo.

-Oiga, mire, le importa si le hago una pregunta que he planteado en otras casetas, a ver si me da usted la razón.

-Uffff, a ver, dígame.

-¿Cuándo se fundó la electricidad?

-...

Otra de las tareas que uno siente que hace es la de tener cierta función de servicio público, de servir de compañía a la gente, de dar conversación a unos cuantos. Es algo que se ve en especial los días de diario, cuando menos follón tiene la feria, cuando mejor se está. Desde ancianos solitarios, a solitarios de la vida, pasando por excéntricos, o incluso simples vendedores.

-Oiga, ¿tiene marcapáginas?... es que los colecciono.

-Claro, claro, fíjese que es "el primero" que me dice tener esa afición.

-Oiga, ¿revistas sobre casinos tiene?

-Eeeeh, no, no tenemos de ésas en la Asociación.

-Oiga, ¿revistas de salud tiene?

-Eeeeh, no, no tenemos de ésas en la Asociación.

-Oiga, ¿revistas de sexología tiene?

-Eeeeh, ya me gustaría tener, ya.

-Oiga, ¿revistas sobre el Triángulo de las Bermudas?

-...

Cada uno de los que pasa por allá quiere trasmitirte algo. Uno espera sobre todo que quien lo haga sea una mujer de mirada arrolladora y formas poderosas, pero generalmente son personas que, sin venir a cuento, te exponen una página de su vida. Así un canario (de las Islas, matizo) con gafas de sol se interesó por la caseta y la variedad de temáticas culturales que tenía, pero en poco tiempo pasó a contarme su operación de córnea que le iba a posibilitar ver mejor porque estaba medio ciego, pero se lo tomaba con filosofía, lo que le permitía estar de baja, y lo que le llevó a terminar su alocución contándome un chiste:

<<"Sabe ése de Jesucristo que está en el bar de un hospital, y lo reconocen un inglés, un francés y un español. El inglés dice a sus compañeros: “¡Mirad, ése es Jesucristo!” El francés le responde que no puede ser. Pero el inglés insiste, “¡que sí, coño, que ése es Jesucristo, no ves las marcas en la frente y los estigmas en las manos!”. Así que el inglés se acerca para comprobarlo y le dice: “oye, tú eres Jesucristo, ¿verdad?” El tipo de barba y pelo largo, túnica blanca, marcas en la frente y una cervecita en la mano, se vuelve y mira resignado al inglés: “joder, sí, ya me has reconocido, pero por favor no lo digas en voz alta”. Vale, vale, le responde el inglés. “Oye, ¿tú podrías curarme esto de cuello que me tiene muy jodido?”, le suplica el inglés. “De acuerdo, te curo pero cállate y no se lo digas a nadie más”. Jesucristo le toca el cuello y milagrosamente se cura. “¡Hostias!, quiero decir, ¡córcholis!, ya no me duele”, grita el inglés feliz. “Psss, vale, vale, pero baja la voz y ve en paz”, le demanda Nuestro Señor. El inglés no tarda ni un segundo en ir corriendo a la mesa a contárselo al francés y al español. Enseguida, en la barra, Jesucristo se encuentra con el francés pidiéndole que le cure lo de su brazo. “Joderrr con el inglés. Bueno, venga, te curo, pero calla la boca, que luego no me dejan en paz”. Y entonces Jesucristo toca el brazo del francés que se marcha tan contento. En esto que Jesucristo se queda observando al español, que no se levanta, sigue en la mesa. Y se pone a pensar: “a ver si éste no va a poder andar y no puede acercarse para que le cure. No puedo dejarlo así, ¡coño, soy Jesucristo!, no puedo hacer estas cosas”. Y Jesucristo se acerca hasta la mesa: “hola amigo, sabes que soy Jesucristo, ¿te puedo ayudar en algo?” Y el español, horrorizado, se echa hacia atrás: “¡a mí ni me toque que estoy de baja!”>>.

Y el canario, un compañero y yo mismo descojonaos en medio de la feria con el chiste cutre que nos ha contado. “¿Y de qué se reirán ésos que tienen la caseta siempre vacía?”, se preguntarían algunos. Luego nos deseó suerte y aseguró que volvería al año siguiente, ya con nuevas córneas.

“¿Oiga, hijo, tiene usted la revista Raíces?”. Y la asistente latina me miraba con resignación por cuarta vez. “No, señora, lamentablemente no pertenece a la Asociación desde hace años”. “Vaya, no lo sabía”, me responde la anciana. “No se preocupe, señora, para eso estamos en la feria”.


(No sabía que vídeo poner, así que por eso del colorido de la feria pongo a The new pornographers y esta hermosa canción y colorista vídeo. Son canadienses y se llaman así porque un predicador de aquel país decía que la música era pornografía)

2 comentarios:

Elvira dijo...

Ayns... querido colega temporal y compañero ocasional de fatigas feriales...se te ha olvidado el señor que empezó preguntando por el Ecologista y acabó contándonos la producción de vagones de metro en España (!). Situaciones tan surrelistas como las que nos proporcionaba la caseta de enfrente -UDL Libros, esos genios del marketing-, con perfomances como la de la novia que entregaba flores, el cachas misterioso y Falsarius Chef con su nariz de broma...Y una mención especial para ese gran escritor polaco y futuro premio Nobel, Darius Dubrosvky, al que me quedé con tantas ganas de ver, (que no de leer)...

fritus dijo...

Hombre...me gusta este post mogollón, condensadas ahí las razones de esta ausencia bloguera de unos días..fantástico el chiste de Jesucristo en el bar,y mejor la historia de la abuela reiterativa que , como Alex Haley, busca sus "raíces" una y otra vez sin descanso...
Un abrazo, amigo