jueves, 8 de enero de 2009

Todos soñamos con ovejas eléctricas

En 1982, en plena era Reagan, el mundo seguía dividido en dos bloques antagónicos. Argentinos y británicos se mataban por un pedazo de tierra en medio de la nada oceánica. En un lugar de África, un hombre permanecía encarcelado desde hacía 20 años por el hecho de afirmar que blancos y negros tenían que vivir en armonía con los mismos derechos y deberes. Por estos lares, se juzgaban a los iluminados facinerosos de gafas oscuras y bigotes casposos que intentaron, el año anterior, llevarnos de nuevo al oscurantismo. Mientras todo eso ocurría en el mundo real, en las salas de cine norteamericanas se estrenaba una película que fue recibida de manera discreta en las taquillas, y que no acababa de ser entendida por la crítica especializada. Todos le dieron la espalda por ser una extraña película de ciencia ficción, algunos dijeron que no tenía acción, otros que era muy oscura, la mayoría que era lenta. Los productores cambiaron su final para que fuera feliz y luminoso, ante la impotencia de su director. No se daba un duro por ella. La miraron de soslayo, con prepotencia. Nadie sospechó lo que pasaría después.

Llamaradas de fuego emergen hacia el cielo oscuro y sucio de Los Ángeles. Estamos en el año 2019. Una nave de la policía cruza el cielo de una ciudad donde los edificios tocan el infinito. Se dirige hacia una torre gigante con forma de templo azteca: la Tyrell Corporacion.

Estas son las primeras palabras del guión que escribió Hampton Fancher, o que debió escribir de esta manera, al menos eso creo, o yo lo describiría así. Basado en la novela de un escritor de ciencia ficción que no gozaba precisamente del éxito, Philip K. Dick, cuyo título rezaba “Sueñan los androides con ovejas eléctricas”, y en el que no salía por ningún lado la palabra Blade Runner, que fue tomada de un tratado de cine de William Burroughs.

Fancher escribió más de 10 versiones que casi le llevaron a la desesperación y la locura por los cambios que le pedían una y otra vez. Él deseaba centrar una película ciencia ficción de género negro en habitaciones e interiores. Tal posible genialidad fue detenida por una especie de visionario en la dirección llamado Ridley Scott. El británico admiraba el trabajo del guionista, pero sus ideas iban más allá de unas habitaciones. Scott se preguntaba qué ocurría tras las ventanas de esas habitaciones, cómo eran las calles de ese tenebroso futuro, cómo vivía la gente que las poblaba. La oposición de Fancher trajo como consecuencia lo peor que le puede pasar a un escritor (algo que los productores a veces no entienden): que le aparten de la historia. El guionista no atendía a razones y planteaba problemas a todas las ideas de Scott. Años más tarde reconoció su error al ver el resultado de la criatura, su criatura al fin y al cabo.

David Weeb Peoples, el mismo guionista que regaló al mundo el libreto de la genial “Sin perdón”, leyó por encargo el guión de Fancher y respondió que era magistral y visionario. Aun así, Scott quería más cosas y Peoples se las dio. Si a un director iluminado le juntas dos buenos guionistas, unos actores que buscaron las raíces de cada personaje, un diseñador artístico con una visión que ha sido copiada cientos de veces, un director de foto que dio color a la oscuridad, y un compositor genial que aunó la épica con la emoción en versión electrónica, el resultado es una obra imperecedera. ¿Y por qué? Probablemente porque Blade Runner va más allá de una simple película de ciencia ficción mezclada con el género negro policíaco. Quizás por eso es única, por eso son tan grandes los géneros, porque en ellos muchas veces encontramos respuestas a muchas preguntas, pero en especial a la gran pregunta que todos nos hacemos: ¿qué demonios pintamos aquí?

“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? En eso consiste ser esclavo”, le dice el replicante a su cazador, mientras le agarra del brazo, evitando que caiga al vacío y salvando su vida. Sería una frase para aplicar a los lobos que a lo largo de la historia se han dedicado a infligir ese miedo, y que todavía hoy lo hacen, ya sea en una escuela en Gaza, en la frontera mejicana, o en un edificio de la ETB. Los lobos existen, y no sólo están en los cuentos, por eso aúlla Roy Batty, el líder de los replicantes, mientras persigue al lobo que ha acabado con los suyos. Son los momentos que preceden a la secuencia por excelencia, la que todo el mundo recuerda, la que hace de este invento el mejor del mundo, la que yo usaría para que una civilización lejana supiera quiénes somos. Todo el mundo la conoce, todo el mundo la ha recitado alguna vez. La escribió David Weeb Peoples, pero el broche final, el momento que todos tenemos en mente, “las lágrimas en la lluvia”, fue un momento de inspiración de un actor, Rutger Hauer, que construyó una interpretación única y genial.

Es la escena que define una historia, una película que debería ser expuesta en los museos, pese a que lo único que pretendía hacer era vender entradas y palomitas, pero eso la hace más grande porque el cine se hizo para eso. Es la reflexión final de un moribundo que no es humano, pero que en ese instante se siente más humano que nadie. Resume lo que ha hecho, lo que ha perdido, lo que ya no tendrá. Por eso las lágrimas en la lluvia. Y frente a él, un asesino a sueldo del Estado que, posteriormente, comprenderá el significado de sus sueños. He visto todas las versiones. Todas me gustan. Quizás porque cada vez que la veo estoy más convencido que nunca de que todos soñamos con ovejas eléctricas.


(La famosa escena de lágrimas en la lluvia ya la puse en este blog, en la entrada llamada "Momentos", y no mola repetirse. Así que les dejo con el arranque -que es igual de acojanante- las llamaradas, la música de Vangelis...)


(No lo puedo evitar, ahí va...)

7 comentarios:

oliver sotos gonzález dijo...

Yo no sé las veces que habré visto la película. Y a día de hoy también le digo que no he visto otra de ciencia ficción igual.

Y, por supuesto, gracias al YouTube el "lágrimas en la lluvia" ha sido un clásico en mis búsquedas.

Qué lástima que aún hoy, 26 años después del estreno, sigo pensando que Roy tenía más humanidad en sus escasos 6 años de vida que nosotros con nuestros miles y miles y miles y miles vividos.

Además, me sumo a tu título: yo también sueño con ovejas eléctricas.

Cayetana Altovoltaje dijo...

¡¡RUTGER HAUER TA MU GÜENOOOO!!

Juanjo Ramírez dijo...

Peliculón en toda regla.

Cuando la volvieron a estrenar en pantalla grande, hace poco, fue verla y regresarme las ganas de hacer cine.

De hecho, el guión de la peli que provocó que me quisiera dedicar al cine, también era un guión de Peoples: "12 monos".

fritus dijo...

jaaal! peazo peliculón y peazo post que se ha currao usted, compañero.
Supongo que debe de ser una de las películas más influyentes de la historia del cine,...más aún que la metropolis de Lang...estéticamente casi todas las películas de ciencia ficción y algunas que no lo son, maman descaradamente de ella.
Me ha encantado la frase esa de "debería exponerse en los museos ....palomitas..." cosa en la que estoy de acuerdo con usted....a mis amigos pedantes que se tragan rollos infumables subtitulaos me gusta epatarles diciendo que el cine, en los lejanos tiempos de los pioneros Lumiere, era una atracción de feria "...el hombre de los tres brazos, la mujer barbuda, y el asombroso prodigio del cinematografo!!!!" y luego se ha convertido en lo que es...a veces esa , muy loable, pretensión de asombrar y entretener, se cruza con el arte, y salen cosas como esa.

Un abrazo

Judith dijo...

Brillante post, amigo.
Y lo que me ha encantado es leer la frase de Blade Runner, la frase de la que hablas, al final de tu blog. La que aparece como frase fina.

"En verdad te digo" que esta peli es importante para ti (además de para la historia del cine, claro).

Bss

Judith dijo...

como frase FIJA,quería decir, aunque fin, lo es y mucho! ;)

Gonzalo Visedo dijo...

Estas navidades me regalé a mí mismo el maletón con todas las versiones de la peli, más 9 horas de extras que disfruté como un niño pequeño... Salen directores conocidos hablando sobre la peli. Al gran Guillermo del Toro le cambió la vida, y el gran Frank Darabont comenta que, al ver monólogo de "lágrimas en la lluvia", lo único que se le ocurrió decir como escritor era que superar algo así era imposible, como una bofetada final de talento tras dos horas de magistral narrativa... en sus palabras "toma, supera algo así"... lo suscribo, con un monólogo así, uno se puede morir en paz.