domingo, 16 de noviembre de 2008

Seis cosas por las que merece la pena levantarse

Mundo Frito es el blog que responde a la persona de Daniel Lucas, un tipo calvo con cara de golfete de barrio al que no he visto en mi puta vida, aunque curiosamente coincidimos una noche, tiempos a..., en casa de una morena, bella y fiestera amiga común, en Barcelona. No recuerdo el estado en el que me encontraba. De hecho, lo único que recuerdo es que se me quemó una camisa por esa manía de la gente de hacer fiestas intimistas con velitas, y como yo soy muy distraído, a la par que me gustan las cervecitas, pues imaginen. Además, soy muy malo para acordarme de las caras de la gente, qué se le va a hacer, soy un ser con mala memoria fotográfica. Aunque ésa es la excusa oficial, la otra versión es que soy un desinteresado con ciertos toques misántropos. El caso es que el tal Daniel vive en Eivissa (Ibiza), retirado del mundanal ruido con su entrañable esposa y más entrañable hija, es abogado de profesión, padre de familia, ex ser noctámbulo, y un bloguero con bastante éxito. Por esta faceta es por la que me reconozco como uno de sus seguidores, además de amiguete virtual. Seguramente si un día veo asomar la calva que acompaña a su careto, imagino me caerá bien, es lo que tiene el sentido común de los seres nocturnos.

El caso es que el tal Daniel se tiene bien ganada, como decía, su fama como bloguero por su capacidad para parir textos, a cual más interesante, y de todos los calibres. Muchos son de denuncia social o política (de los que yo suelo pasar, aunque él diga que es mi pose, pero es lo que tiene ser un poses con ciertos toques ego-trip); otros tantos van sobre cine, libros, cómics y música; y unos cuantos tienen un hondo contenido sentimental. Tantos los unos, como los otros, son interesantes, didácticos, entretenidos y emotivos, como es el caso del que quiero hablar a continuación, y por el que he soltado este rollo introductorio.

El citado texto era un guiño a una de sus muchas fans (también hay hombres, oigan) que le dejan comentarios a sus curradas entradas y que, en concreto, iba sobre algo que ha inventado la blogosfera (y que yo reconozco que desconocía) conocido como "memes". Una especie de cadena que se producen entre dueños de blogs, con el fin de darse a conocer en la Red. Yo soy poco de cadenas y de esas cosas, es lo que tienen las leches de los curas a destiempo, pero el motivo de aquel texto de Mundo Frito me gustó e, incluso, me llegó al corazoncillo, un músculo que, según dicen los ancianos del lugar, anda por ahí, en el cuerpo humano.

El motivo de aquel meme eran las seis cosas que nos hacen felices. Pequeñas cosillas que hacen más agradable el paseo por este valle de lágrimas oscuro, miserable, cruel e injusto, pero que, en ocasiones, mola mazo, que dicen los del botellón.


Como me gustaron mucho las seis cosas que hacen feliz al amigo frito, quizás porque soy un vil envidioso, le prometí que escribiría algo parecido en mi humilde blog. Y como soy un hombre de honor y de palabra, estilo a Pike Bishop y sus violentos colegas fronterizos, hete aquí mis seis cosas que no me hacen feliz, sino que hacen que merezca la pena levantarse por la mañana:

1. Correr por el Retiro. O andar, da igual. Cuando llega el otoño y sus anocheceres se vuelven lentos, largos, melancólicos y calmos. Amo el Retiro porque es el parque más bello del mundo (y he visto muchos, afirmo) ¿Por qué? Porque su situación geográfica, en plena ciudad, es privilegiada (como central Park, que también lo adoro). Porque tiene, una vez al año, una inmensa feria del libro en la que me gusta perderme. Porque tiene una estatua dedicada al mismísimo diablo. Porque las patinadoras que lo recorren, con sus hermosas piernas de pedernal, reafirman aún más, que es el parque más bello del mundo.

2. Admirar las piernas de una mujer. En verano: morenas, torneadas, lustrosas. En invierno: enfundadas en medias de seda negra, bajo faldas mínimas que terminan en botas de media caña. Soy un fetichista, lo sé, pero me encantan y me da igual. Me alegran las mañanas más tristes en el metro, y las noches más alegres en un bar. Son la conclusión de unos seres misteriosos y complejos. Entre ellas se encuentra el motivo de que todo exista, de que todo ande. El único dios al que merece la pena seguir.

3. Oler los libros. Hojearlos, revisarlos, tocarlos, indagarlos durante horas y horas en tiendas, librerías, bibliotecas, Vips, sala de espera, quioscos, estaciones, puertos, aeropuertos, universidades y, sobre todo, en la imprescindible multinacional llamada Fnac. De todas formas, las pequeñas librerías ya no son lo que eran, cuando tocas un libro enseguida te miran mal o te vienen a preguntar. Por supuesto, luego hay que leerlos.

4. Beber en los bares. El presagio del final de la semana, del fin de la tortura, de las penas. Con los amigos o en solitario, da igual. En vaso de caña, en botella helada, en copa de vino, en vaso largo con muchos hielos. Con tapa de compañía, para hacerlo más interesante. En los bares de siempre, en los del “¡¿qué va a ser, joven?!”, o del “¡al foooondo hay sitio!”, o de "¡el baño al final del pasillo a la derecha!". De las mesas de mármol con esencia a Colmena, del sonido de una moneda al dejarla de golpe en la barra.

5. Coger un avión, un tren, un barco. El presagio de lo desconocido, del más allá, del cómo será el amanecer a tantas horas de aquí. Amo lo aeropuertos, los aviones, la vida alocada de sus pistas, de sus pasillos, de sus tiendas. Amo las estaciones, sus vías y sus cambios de vías, sus jefes de estación, sus cúpulas de hierro que, si hablasen, tendrían mil historias que contar. Amo los puertos, sus grandes grúas, sus remolcadores, el sonido del mar, el oxido de los cascos.

6. Soñar en una sala de cine. Ya desde que entras y hueles a palomita, el olor de los sueños. Las salas de arte y ensayo están bien, pero pierden la esencia popular del mejor invento del siglo pasado y de siempre. Amo el cine, que una pantalla en blanco me haga compartir con otros, en emocionado silencio, las historias que siempre quise protagonizar. Porque al final, cuando se echa el telón a este valle de lágrimas, lo único que seremos es eso... historia.


(Hay una séptima cosa por la que merece la pena levantarse. Obviamente es escuchar música, y en los últimos tiempos hay unos islandeses geniales, de los que ya he escrito por aquí, que me sirven de sintonía de fondo cuando imagino historias. Aquí les dejo con esta pequeña obra de arte que hizo para Sigur Ros la también peculiar directora de video-clips Floria Sigismondi)

4 comentarios:

Yago dijo...

Hijo, le recomiendo este link (y el blog, maravilloso).

http://crimenpensar.blogspot.com/2008/11/la-rosa-de-la-victoria.html

Anónimo dijo...

Si no estuviera tan liada con tantas cosas y con tanto cansancio, también detallaría esas seis cosas que hacen que una se levante por la mañana y hasta esté feliz...
De todos modos, siempre me gusta mucho leer lo que les gusta a los demás. Descubrir cosas que también me gustan, y sobre todo ir entendiendo, cada vez más, el alma de la gente a la que quiero. Como a ti, Gonzito...

fritus dijo...

Hombre, hombre...que alegría. Que alegría que me hayas citado aquí, que alegría ya haber vuelto a casa después de tantos días de paquetes a cuestas y sobre todo, decirte que aunque no lo sé escribir tan bien, suscribo todo lo que dices.

Sobre todo, el tema piernas de las mujeres..."el sonido acompasado de los tacones de una mujer es el metronomo que mide el tiempo del mundo"...no sé si la cita es exacta pero creo que la oí en una peli de Truffaut que ya no me acuerdo del título...Ah, y los bares, y los viajes, ..y la música, y todas esas cosas compartidas con amigos, ( o no) pero compartidas con amigos son gratificantes.

un abrazo

Judith dijo...

Estás inspirado eh!! Y creo que inspirador también. Un día de éstos voy apensar las seis cosas por las que me merece la pena levantarme, que si te soy sincera, me va a costar encontrar a estas alturas de la película.
Bss