martes, 12 de agosto de 2008

Viaje con nosotros

A mí, Hasan, hijo de Mohamed el alamín, a mí, Juan León de Médicis, circuncidado por la mano de un barbero y bautizado por la mano de un papa, me llaman hoy el Africano, pero ni de África, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el Fesí, el Zayyati, pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía.

Toda mi vida he deseado poder escribir algo así, pero no lo he conseguido, de hecho no son mis palabras ni, obviamente, soy yo. Las usa Amin Maalouf para comenzar a relatar las aventuras de “León el Africano”, ese nómada errante que vio caer en manos cristianas, siendo todavía un niño, su añorada Granada, y que luego se instaló en la no menos mítica Fez con su familia y que, más tarde, viajó por horizontes conocidos y desconocidos de medio mundo, incluida la misteriosa y legendaria Tombuctú.

Aquellos viajeros de antaño en nada se parecen a los de ahora, aunque supongo que viajar sigue siendo una necesidad en muchos seres humanos. La mayoría lo ven como una forma de huir de la rutina de todo un año, como unas vacaciones; otros muchos lo ven como una forma de visitar una serie numerada de monumentos y paisajes que se convierten en una serie numerada de fotos, o vídeos, con las que castigar a los amiguetes que se han quedado sin vacaciones; otros lo ven como una manera de conocer gente de otros países y culturas e, incluso, ya puestos, de ligar con ellos, por qué no, oiga; unos pocos siguen viendo en el viaje una forma de aventura, del manido descubrirse a sí mismo, de decir “yo estuve allí”. Todas ellas son válidas, mientras que lo importante sea ponerse en marcha, hacer el petate, levantar velas, partir, pirarse. No recuerdo cuál era el libro porque mi memoria es pésima para citas y textos, así me fue en la escuela, pero una vez leí en algún sitio lo que un padre le contaba a su hijo sobre el significado que tiene para una persona el hecho de conocer otras tierras: la vida es como un libro, si no has viajado, es como si no hubieses pasado del primer capítulo.

En mi caso he alzado el vuelo por una mezcla variada de lo que he detallado anteriormente, aunque la mayoría de las veces me ha movido el imaginario de ir a sitios donde transcurrieron grandes historias, a la búsqueda de personajes o personas reales, ya fuesen León el Africano, D.H. Lawrence (Lawrence de Arabia) o Dean Moriarty. De hecho, puedo decir que al igual que el primero, yo también llegué a Tombuctú, la ciudad que perturbó la fantasía de tantos exploradores del diecinueve, que se dejaron el pellejo en pos de llegar a sus puertas, la ciudad de la que hablaba Herodoto en sus relatos, la ciudad que gobernaron poderosos reyes negros en medio del desierto y a la orilla del río Níger y que, según contaba la leyenda, estaba llena de riquezas. Yo no fui hasta allí por motivos pecuniarios, sino por algo más absurdo y vulgar como la lectura de un libro, o mejor una novela, de un escritor catalán llamado Pep Subirós, que hace unos años escribió uno de los mejores relatos de viajes que yo recuerdo. Se llama “Cita en Tombuctú”, una historia al estilo de “El paciente inglés”, que nos cuenta la peculiar aventura de una pareja contemporánea cuya relación se encuentra en descomposición, y que deciden buscarse de nuevo camino de Tombuctú, tras los pasos de aquellos exploradores legendarios. Una historia de amores acabados, que tanto molan a la gente, quizás porque nuestras historias de amor suelen acabar en un bar con olor a fritanga, o vía mail.

Siempre procuro viajar con un libro bajo el brazo (nunca una guía, me aburren mucho aunque no dudo de su utilidad, pero no puedo con ellas), un libro que siempre lleno de postales, mapas, recortes, billetes de metro, de autobús, de avión. No suelo llevar cámara de fotos, aunque mi excusa es que soy un vago de cojones y me aprovecho de las fotos de los demás. De todas formas creo que los viajes, en el fondo, son una colección de momentos que no tienen por qué ser lugares espectaculares, atardeceres de postal o monumentos milenarios. Generalmente recuerdo los pequeños momentos, los momentos mientras se viaja, los momentos del camino. En mi caso van de una partida de póquer en un campamento sin luz de una región inhóspita, a jugar a las películas en un viaje dentro de una canoa remontando un río sin fin; de unas cervezas en una noche brumosa de calor insoportable recordando novias pasadas, a unas tortitas con nata y arándanos en un bar de carretera en una mañana despejada de un país de película; del silencio de una noche llena de estrellas en un desierto con nombre de muerte, a una noche de fiesta popular con piratas de pega en una bella isla rodeada de un mar transparente; de las risas con un viejo amigo que se perdió en un país lejano, a las risas con nuevos amigos que surgen en países más cercanos. Todos esos momentos se quedan ahí para siempre, grabados en el disco duro, en las gigas de la memoria digital que llevo siempre conmigo: mi absurda cabeza.


(Disfruten del montaje de las imágenes y de la música de Gustavo Santaolalla)

3 comentarios:

fritus dijo...

Bien, bien..soy el primero hoy...aunque para cuendo acabe el comment seguro que alguno ( o alguna bruja) se me ha adelantao..que lo preveo largo.

Emocionao stoy...

Por tu vuelta, que se te echaba de menos.

Por que me encuentro aquí al simpar Amin Maalouf, que es como las chicas de tu vida, que aunque repitas y les seas fiel( cuatro o cinco libros me he leído de él) no te cansas...

Por el peazo viaje que te has pegao, ladrón...

Un abrazo...

Al final no ha sido tan larga, pero es que son ya las dos y pico y me voy a empiltrar right now

Anónimo dijo...

Hay una faceta de los viajes que no has mencionado, porque no te toca... Y es la de las palabras y las imágenes (y no hablo de las fotos, ya sabes) que regalan quienes llegan de recorrer quién sabe qué rincón perdido y que a quienes por lo que sea nos resignamos a los viajes interiores, nos abren también el mundo, el mundo visto por tus ojos.
Me alegro de que estés de vuelta...

(¿Ves, Fritus? No me he adelantado, que andas por la red a unas horas que son inhumanas para servidora)

Gonzalo Visedo dijo...

Pues sí señor aquí estamos, pero no, entrañable Fritus, no me he pegado un gran viaje, ha sido poca cosa, unos días en Portugal y la bella Coimbra. Desde hace más de 4 años que tuve que dejar mi faceta viajera por cuestiones económicas. Es el precio que hay que pagar si abandonas un oficio que te da pelas a cambio de ser un humilde guionista... Por ello ahora me lanzo a recordar aquellos viajes que, espero, algún día regresen.

Por supuesto que esos viajes también merecen la pena, pelirroja, también estoy convencido que volverás a ellos.