Existen lobos que acechan al rebaño, pero también hay perros pastores que guardan de él. Existen monstruos que amenazan al mundo, pero también hay héroes que lo salvan. Desde pequeño, y hasta hoy, me encantan las historias que tienen al héroe. Si éste, además, es trágico, me gusta todavía más, quizás porque en el fondo todos nosotros (o al menos yo) añoramos ser así, y de esta forma perdurar. Que nuestras hazañas puedan pasar de generación en generación, contadas por trovadores (o guionistas mal pagados), que van de pueblo en pueblo (o de productor en productor) haciéndonos inmortales.
Me gustan los héroes clásicos, tipo Leónidas, y sus 300 macarras, que chulearon a miles de persas y sus miles de flechas que tapaban la luz del sol, pero que les daba igual porque preferían luchar a la sombra. Me gustan los héroes crepusculares, tipo Tom Doniphon, el hombre que realmente mató a la hiena de Liberty Balance, y que dejó paso a la democracia y al hombre civilizado en un mundo en el que ya no tenían cabida tipos como él. Me gustan los héroes morales, tipo Atticus Finch, el padre que todos querríamos tener y que, mientras enseñaba a sus hijos que no se podía disparar a un ruiseñor, al mismo tiempo defendía a un negro acusado de violación cuando nadie más quería hacerlo en el profundo sur racista. Me gustan los héroes oscuros, tipo William Munny, el ex asesino de niños y mujeres que sabía mejor que nadie el significado de matar, pero que tenía que volver a hacerlo por el futuro de sus hijos, rompiendo la promesa que le hizo a una esposa muerta. Me gustan los héroes trágicos, tipo Roy Batty, el replicante que vio naves en llamas más allá de Orión.
Estos héroes de ficción han poblado mis fantasías desde niño, y todavía hoy lo siguen haciendo. Sin embargo, hay otro tipo de héroe que todavía me gusta más, quizás porque éste es real, de carne y hueso, existe de verdad, le puedes encontrar en ocasiones, sólo en ocasiones. Es el héroe accidental, el tipo corriente que, algunas veces, cuando vienen mal dadas, se dirige con calma hacia el lugar de donde huyen los demás.
Se llama Wilson, es un inmigrante ecuatoriano que se vino a estos lares para sobrevivir. El otro día, mientras todos los ciudadanos de bien huían despavoridos en pleno centro de Barcelona ante lo que estaba ocurriendo, paró el coche en el que iba a casa, abrió el maletero, sacó una barra de hierro, y espantó al lobo que trataba de asesinar con un cuchillo de cocina a su ex pareja. No estuvo solo Wilson en esta ocasión, al contrario de lo que le ocurrió hace meses al profesor universitario que se encaro con uno de estos malparidos machotes de la vida. Le ayudaron dos héroes cotidianos más: un operario del gas y un joven oficinista. Éste último atacó al lobo con un simple fajo de papeles: el papel frente al cuchillo, la razón frente al fanatismo.
Por suerte, esta vez, el monstruo no consiguió su objetivo gracias a la determinación del inmigrante que, al ser preguntado por su heroica acción, respondió que no se sentía ningún héroe y que simplemente actuó por instinto porque “ni a un cerdo se le mata de esa manera”. Y que fue eso lo que le indignó, y que fue eso lo que le hizo dar un paso adelante. La víctima quedó malherida, pero salvará la vida gracias a estos tres héroes por accidente. Ahora todos se harán la foto con ellos, todos escucharán sus historias, todos les querrán condecorar. Sin embargo, cuando la mujer despierte y se recupere de sus heridas, alguien le contará, quizás un trovador, que un tipo humilde llegado de otras tierras, un operario del gas y un joven oficinista, armado con un fajo de papeles, hicieron frente a la sinrazón, mientras todos huían.
Me gustan los héroes clásicos, tipo Leónidas, y sus 300 macarras, que chulearon a miles de persas y sus miles de flechas que tapaban la luz del sol, pero que les daba igual porque preferían luchar a la sombra. Me gustan los héroes crepusculares, tipo Tom Doniphon, el hombre que realmente mató a la hiena de Liberty Balance, y que dejó paso a la democracia y al hombre civilizado en un mundo en el que ya no tenían cabida tipos como él. Me gustan los héroes morales, tipo Atticus Finch, el padre que todos querríamos tener y que, mientras enseñaba a sus hijos que no se podía disparar a un ruiseñor, al mismo tiempo defendía a un negro acusado de violación cuando nadie más quería hacerlo en el profundo sur racista. Me gustan los héroes oscuros, tipo William Munny, el ex asesino de niños y mujeres que sabía mejor que nadie el significado de matar, pero que tenía que volver a hacerlo por el futuro de sus hijos, rompiendo la promesa que le hizo a una esposa muerta. Me gustan los héroes trágicos, tipo Roy Batty, el replicante que vio naves en llamas más allá de Orión.
Estos héroes de ficción han poblado mis fantasías desde niño, y todavía hoy lo siguen haciendo. Sin embargo, hay otro tipo de héroe que todavía me gusta más, quizás porque éste es real, de carne y hueso, existe de verdad, le puedes encontrar en ocasiones, sólo en ocasiones. Es el héroe accidental, el tipo corriente que, algunas veces, cuando vienen mal dadas, se dirige con calma hacia el lugar de donde huyen los demás.
Se llama Wilson, es un inmigrante ecuatoriano que se vino a estos lares para sobrevivir. El otro día, mientras todos los ciudadanos de bien huían despavoridos en pleno centro de Barcelona ante lo que estaba ocurriendo, paró el coche en el que iba a casa, abrió el maletero, sacó una barra de hierro, y espantó al lobo que trataba de asesinar con un cuchillo de cocina a su ex pareja. No estuvo solo Wilson en esta ocasión, al contrario de lo que le ocurrió hace meses al profesor universitario que se encaro con uno de estos malparidos machotes de la vida. Le ayudaron dos héroes cotidianos más: un operario del gas y un joven oficinista. Éste último atacó al lobo con un simple fajo de papeles: el papel frente al cuchillo, la razón frente al fanatismo.
Por suerte, esta vez, el monstruo no consiguió su objetivo gracias a la determinación del inmigrante que, al ser preguntado por su heroica acción, respondió que no se sentía ningún héroe y que simplemente actuó por instinto porque “ni a un cerdo se le mata de esa manera”. Y que fue eso lo que le indignó, y que fue eso lo que le hizo dar un paso adelante. La víctima quedó malherida, pero salvará la vida gracias a estos tres héroes por accidente. Ahora todos se harán la foto con ellos, todos escucharán sus historias, todos les querrán condecorar. Sin embargo, cuando la mujer despierte y se recupere de sus heridas, alguien le contará, quizás un trovador, que un tipo humilde llegado de otras tierras, un operario del gas y un joven oficinista, armado con un fajo de papeles, hicieron frente a la sinrazón, mientras todos huían.
(Quería poner una escena de "Matar un ruiseñor", con Atticus Finch saliendo derrotado del tribunal, pero con el respeto y admiración de los negros que le observan en la sala de arriba, y con sus hijos como testigos. Una de las mejores escenas de esta película genial, basada en una de las mejores novelas del siglo pasado (Harper Lee), pero no la encuentro en yutufff, así que les pongo la secuencia de créditos iniciales, uno de los mejores arranques de siempre... el papel frente al cuchillo)