
Ésta es una de las más surrealistas y geniales secuencias del último episodio de la segunda temporada de la inmortal “Los Soprano”, la serie de series, con permiso de “Lost”, claro. Es un episodio digno de un vuelo con caballo, sacado de un decorado de Fellini, mezclado con los delirios pictóricos del gran Dalí. Es un episodio donde Tony Soprano, el personaje televisivo de principios de siglo, descubre que le están traicionando, y quien lo está haciendo es su hombre de confianza y buen amigo Pussy. Y todo ello lo descubre a través de los sueños que tiene tras pillar una intoxicación intestinal en un restaurante indio. No será la única secuencia de sueños que escribió el propio David Chase en esta serie única, hubo más, pero sin duda que ésta, y la de Tony hablando con un pez con la voz de Pussy donde le explica el motivo de su traición, hacen único al episodio.
Todos seguramente hemos pasado por algo así. En mi caso fue en el sur de Méjico, tras recorrer Chiapas y parte de Guatemala. Curiosamente fue en un sitio turístico, y con un pollo asado. Lo mismo que Tony al que intoxica un maldito pollo. Pero lo peor no fueron las jornadas con diarrea y dolor de estomago, además viajando. Lo peor fue al regresar, semanas después, cuando tuve un par de recaídas y casi no lo cuento. La sensación de frío, los temblores, la absoluta deshidratación, lo expulsaba todo por arriba y por abajo, al mismo tiempo a veces. Recuerdo que vivía solo y tuvieron que venir a por mí, no podía ni moverme, y mi madre dándome masajes en las piernas que apenas sentía. Pero recuerdo que soñaba constantemente, sueños extraños que, al igual que Tony, eran fríos, muy fríos.
Hubo otro mago de la narrativa que supo describir como nadie los sueños. Hergé, el genial creador de Tintín, el cómic por excelencia que alegró la vida de varias generaciones, incluyendo la mía, y al que acudo una y otra vez, fue uno de los mejores narradores de sueños. Sus escenas oníricas son únicas, además de terriblemente duras y, en ocasiones, crueles, como aquella que tiene Tintín en “El cangrejo de las pinzas de oro”, episodio donde conoce al que sería el personaje más humano de Hergé, el más creíble, el capitán Haddock, ese borracho que ha recorrido medio mundo por mar, de voz estruendosa, y que escupe los mejores insultos jamás pensados por ser humano alguno. Como decía, en ese episodio Tintín sueña que está en el desierto abandonado a su suerte, muerto de sed, y que Haddock y el propio Milú le confunden con una botella de champagne, y usan un abridor para quitar el corcho, o sea su cabeza. Un sueño terrible, de nuevo producto de la deshidratación. Más adelante, en esa obra maestra de la historia del cómic que es “Tintín en el Tibet”, Hergé volvió a usar los sueños, pero ahora como catalizador de toda una aventura, ya que será por un sueño por lo que Tintín se lance a buscar por el inmenso Himalaya a un amigo al que todos dan por muerto.
Los sueños, esa realidad virtual a la que acudimos cada noche, esa sala de cine a la que no es necesario ir, ya que ella viene a ti, ese mundo paralelo al que todavía los más sabios tratan de descifrar. Algunos incluso los conectan con Dios, o el más allá. Yo siempre los recuerdo fríos, muy fríos, como los de Tony Soprano al ser traicionado.