No hace mucho descubrí una frase dicha por un filósofo francés que me sirve para encabezar una historia de ficción propia, que espero algún día salga a la luz. El tal Romain Rolland escribió una vez que un héroe es todo aquel que hace lo que puede, y esa frase genial me acompaña cuando pienso en ello, en los héroes, en gente extraña, minoría, que un día, cuando vienen mal dadas, cuando todo está jodido, cuando se grita eso de sálvese quien pueda, ellos, de pronto, permanecen, dan la vuelta, caminan en el sentido contrario. La mayoría de las veces son personajes trágicos, incluso oscuros, pero tienen un botón diferente, y generalmente suelen estar solos, o se sienten muy solos ante la adversidad, por ello son héroes.
Hace muchos años bajaba yo del autobús del colegio, de aguantar un día más en lo que para mí será siempre un mal recuerdo, aquella especie de cárcel dirigida por hombres ensotanados, con mala leche y mano ligera, o pesada, según les venía. Habitualmente era mi madre la que esperaba, pero de pronto vi que no estaba, que era mi cuñado quien aguardaba. Ya de niño comprendía todo lo que pasaba alrededor, y no me gustaba un pelo. Eran tiempos complejos, yo diría que oscuros. Los iluminados del pasado abundaban por doquier y querían volver atrás, por Dios, por España, o por sus santos cojones, algo de lo que les gustaba presumir. Pero también estaban los otros iluminados, los del gatillo fácil que, a fecha de hoy, siguen con su interminable raca raca, hasta vaya usted a saber cuándo. Debido a la profesión de mi padre, enseguida pensé que estos últimos por fin se habían fijado en él, y que yo iba a ser uno más de esos hijos de mirada baja al que consolaba un político de manera infructuosa.
Mi cuñado me cogió de la mano, me tranquilizó cuando vio mi cara de angustia y me dijo que había pasado algo grave, pero no a mi padre. Cuando llegué a casa, el miedo se palpaba por todos lados, los comentarios eran diversos. Uno decían que ya era hora, que se veía venir, que eran demasiados militares muertos y que, como siempre, España se iba a la mierda. Otros, más prudentes, decían que era una temeridad, que se habían vuelto locos, que esto iba a acabar muy mal. Y estaban en esos comentarios, cuando alguien, no recuerdo quién, me dijo que en el Congreso había pasado algo. La televisión repetía las imágenes, y yo me asuste y, siendo un niño, pensé que iba a pasar aquello de lo que hablaban siempre los más ancianos... volvería a correr la sangre.
Pasados los años, siempre se habla de aquella jornada, de lo que pudo ser y no fue, de los que se evitó. Yo recuerdo mi miedo infantil, recuerdo palabras y frases que hoy parecen repetirse por los de siempre, por los del ceño fruncido, por los de la bilis, por lo que hicieron que este país siempre fuera por detrás de la historia. Pero aparte de todo eso, recuerdo un momento, un momento en que tipos armados vestidos de verde irrumpían. Recuerdo a un bigotudo con tricornio sacado del más casposo de los bares, que empezó a dar gritos, y luego a disparar. Fue entonces cuando todos se tiraron al suelo ante la ensalada de tiros, quizás esperando un destino ingrato, y fue entonces cuando vi a dos hombres que permanecían, que no se inmutaron ante los disparos, que mantuvieron esa tranquilidad propia de los que poseen ese botón especial, mirando al frente, sin bajar la cabeza. Y uno de esos dos hombres, un señor mayor de pelo blanco y bigote, se levantaba indignado y se dirigía hacia el bigotudo casposo para ponerle firme. Y entonces pasó lo que pasa siempre, las alimañas le agarraron, le frenaron. Y el otro hombre digno le intentó parar, pero la rabia del hombre mayor era más grande que su miedo. Y el bigotudo casposo le gritó para que se sentara, y el hombre mayor se revolvía frente a él y al resto de amotinados. Y le bigotudo mezquino fue por detrás, como hacen los cobardes, y le agarró y le intentó tirar, pero el hombre mayor aguantó, y se indignó más, y entonces los hombres armados se dieron cuenta de que para hacerle sentar, tendrían que pasar por encima de su cadáver. Y el hombre mayor, y el otro hombre más joven, por fin se sentaron, y así permanecieron, sin moverse, mirando al frente, rodeados de hombres armados, en un océano de asientos vacíos. Y fueron a contracorriente, no se agacharon pensando en su pellejo, permanecieron, aguantaron, y se sintieron solos, muy solos.
Y entonces, siendo un niño, frente a la tele, entre las discusiones absurdas que oía, entre los miedos de unos y las advertencias de otros, cuando todo parecía que se volvía a ir a la mierda, fue cuando descubrí los más importante... que los héroes existen.
5 comentarios:
Una imagen para el recuerdo, efectivamente, la de los dos señores sentados. Es curioso lo de Mellado, que era un tipo absulutamente delgado y breve, pero recio como un poste, como se pudo comprobar en esa y muchas otras situaciones. Yo también me he acordado de aquella situación a raíz de lo de Calvo Sotelo.
En honor a la verdad hay que decir que aquella tarde hubo otro hombre que se quedó impasible sentado, lo que ocurre es que las cámaras lo pillan muy a desmano. Era Santiago Carrillo y recuerdo haberle oído decir que cuando vio aquello lo primero que pensó fue que daba igual, que se escondiera o no, iba a ser el primero en ser pasado por las armas, así que para qué.
Pero es cierto: la actitud de Gutiérrez Mellado y de Suárez fue increíble. Porque fue digna, algo tan escaso que convierte a quienes la poseen en algo parecido a héroes.
Paradoja terrible de la era de la imágen lo de Carrillo. Si no sales en la tele (o en la foto), no existes. Y hablando de la era de la imagen ahí va otra aparente paradoja que no lo es: ¿como se puede ser tan idiota de cometer actos ruines, ilícitos, despreciables y/o cobardes, y grabarlos en vídeo para que todo el mundo los vea (lease vigilantes del metro de Madrid y otros)? Pues muy fácil, porque cuando uno es imbécil, lo es a conciencia. No hay paradoja.
La primera vez que me fijé en lo de Mellado no fue el día D. Yo tenía 8 años y apenas era consciente más que de los nervios (bastantes) que había en mi casa dada la condición de militantes socialistas de mis padres. Fue algo más tarde, en una conversación de las muchas políticas que había en mi casa, cuando mi hermano (mayor que yo) mencionó la gallardía de Gutiérrez Mellado y me fijé en él y en Suárez. Con frecuencia me acuerdo de ellos y del suceso. Siempre tendrán mi admiración.
A mí me pasó algo parecido. Iba a octavo de EGB y ya hacía un par o tres de años que regresabamos varios compañeros juntos, sin padres, a casa. Aquel día vino mi hermana mayor a buscarme, y me olí algo enseguida, igual que tú, Gonzo Man.
Que lejano parece el 81, sobretodo si uno piensa en que pasó esto.
Un gran tipo Gutierrez Mellado, y también Carrillo. A parte del valor probado,...tenían otro punto en común, eran fumadores empedernidos, de esos que dan caladas que hacen bajar el humo hasta los talones...que cosas. ...y luego en Hollywood últimamente solo fuman los malos...mierda neocon, seguro.
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