Por una carretera polvorienta el convoy se detiene en la entrada de unas instalaciones militares. Un grupo de soldados, con cara de pocos amigos, se bajan de los camiones. Los vigilantes de la puerta dicen que las instalaciones están en desuso y no se puede pasar. Un tipo rocoso se baja y hace que se cuadren, luego se agacha, y sus soldados acribillan a los vigilantes. El convoy llega junto a un hangar enorme. Del coche principal se apea el tipo rocoso y un par de tipos más. De otro vehículo se baja una mujer de ojos azules y rasgos felinos. Un par de tipos abren el maletero. Sacan a un tipo gordo que se queja del trato recibido. Después, del mismo maletero, extraen un sombrero arrugado y lo tiran al suelo con desprecio. Finalmente sacan a otro tipo, con chupa de cuero, al que tiran al suelo. Un montón de soldados armados rodean precavidos al tipo de la chupa, que se incorpora, al mismo tiempo que recoge el sombrero del suelo. Entonces vemos su sombra proyectada sobre la puerta del vehículo, y el misterioso individuo se coloca el sombrero mientras los soldados le apuntan desconfiados, y entonces oímos unas notas musicales familiares que te hacen regresar a tu infancia, y ya sabes una cosa segura: vas pasar dos horas de tu vida cojonudas.
Y es que Henry Jones Jr. ha regresado, veinte años después, algo cascado, pero manejando el látigo como nadie y repartiendo hostias como panes. Y con él ha regresado algo lejano, olvidado en estos tiempos de Internet: volver a ver las salas de cine repletas de gente, ansiosas por recuperar la infancia perdida, o deseosas de descubrir aquel mito del que hablaron sus mayores. Y regresa el cine de aventuras con aires tintinescos (en especial en esta entrega donde vemos “El templo del Sol”, o recordamos “Vuelo 714 para Sidney”), y vemos persecuciones imposibles, y peleas de puños, y combates a espada, y tumbas llenas de telarañas, y bichos de todo tipo, y malos malotes de una pieza que te cagas, y humor en cada esquina, y guiños a tanto cine y a tanto cómic, y diversión en estado puro. Porque el cine es un arte, pero se inventó para que las masas se entretuvieran en este valle de lágrimas, y cuando se consigue, es la cosa más cojonuda del mundo.
Y sólo dos tipos pueden conseguir algo así. Ellos, junto a Coppola y Scorsese, cambiaron este invento allá por los 70. Uno creó este personaje, después de reinventar los mitos clásicos y crear una trilogía de cine mítica que hubiese aplaudido Homero si chateara por estos tiempos. El otro, lo dirigió en las tres primeras entregas, y en ésta de ahora, y es el director más importante de todos los tiempos. Y no lo digo yo, que lo pienso, lo dijo hace tiempo un señor mayor que dirigió y escribió tantas obras maestras que necesito dedos extras para contarlas. Era un señor austriaco, ácido, agudo, cínico, cabroncete y genial, que un día vio la primera película de un chaval de 20 años, capaz de hacerla con dos duros y donde nos contaba que en la vida se te puede cruzar el mismo diablo en cualquier esquina, aunque fuese en forma de camión. Y después, el anciano director vio que ese mismo chaval, con 23 años, acojonaba a medio mundo consiguiendo que nuestros bañitos en la playa no volvieran a ser los mismos. Y eso que este señor austriaco dijo aquello cuando aquel chaval todavía no había posado su mirada sobre el holocausto, ni había mostrado la pérdida de la inocencia en un cruel campo de concentración japonés, ni mostrado el horror de la guerra en primer plano, en una carnicería brutal de una playa normanda, ni mostrado las vergüenzas de la esclavitud, ni las consecuencias de la venganza calculada a las afrentas recibidas. Hasta ese momento, el chaval simplemente se dedicó a recordarnos a Melville, con tiburón en vez de con ballena, a emocionarnos con un extraterrestre cabezón, a divertirnos con un tío con sombrero y látigo, a sorprendernos con un parque lleno de dinosaurios, o mostrarnos un futuro temible donde la ley se adelanta a los asesinos.
Cuenta Eleanor Coppola en “Con el corazón en tinieblas”, el genial diario sobre el rodaje de “Apocalipsis Now”, que tras la exhausta experiencia del rodaje que casi acaba con su matrimonio, iban en el mismo avión Francis Ford Coppola, George Lucas y Steven Spielberg. Los tres no superaban los treinta años, y sus respectivas películas, “El padrino”, “La guerra de las galaxias” y “Tiburón”, habían batido todos los records de taquillas. Y los tres hablaban de la depresión que sufrieron tras sus éxitos. Y cuentan que Spielberg quería dejar esto de contar historias, y que estuvo un año viajando por el mundo, y que su objetivo al volver era hacer un culebrón en directo para la televisión. Por suerte para el mundo, ese avión nunca se estrelló. Por suerte para mí, este tipo nunca hizo culebrones. Si no, yo no estaría escribiendo aquí.
4 comentarios:
tan-ta-ta-tán...tan-ta-tán...que cosas tiene la musiquita esta que solo de oirla te emociona. 14 ó 15 años tendría yo cuando vi el arca perdida en el cine. no ha llovido, ni ná... Amigo, te felicito por el post, y, que quieres que te diga suerte que no se estrelló el avión.
Un abrazo muy gordo, y eso.
...ah...y en está sale Cate Blanchett......grrrrrr, mmmm
De hecho, cómo sale la Blanchett... arf, arf...
Me preguntaba cuánto tardaría el sr. Visedo en escribir un posto sobre tamaño acontecimiento
:o)
Efectivamente, amigos... era algo inevitable
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