Es una línea del horizonte que se pierde en un mar azul, una playa de arena fina, un cubo de playa color rojo y en medio de todo ese cuadro una niña que escarba en la arena, recoge montoncitos y desliza sus millones de granitos entre sus dedos, como si los contara uno a uno, como si analizase su composición, su forma, su estructura, contenido o composición. Ésta sería la descripción de la playa ideal para Miguel Gallardo, dibujante de cómics. Es el lugar soñado por él, el lugar donde su hija María, que padece autismo, sería siempre feliz, contando la arena, como si sólo ella, en su universo especial, fuera la única que conoce un secreto inalcanzable para el resto de mentes convencionales.
El otro día pude ver por fin el documental, o más bien la película documental, “María y yo”, dirigido por Félix Fernández de Castro, basado en el cómic del mismo nombre, uno de los mejores de los últimos años, premiado en innumerables sitios, y que ratifica esa Edad de Oro por la que pasa el cómic español. No me considero especialista en el tema, pero sí aficionado y debo decir que historias como “Arrugas”, “El arte de volar”, “El vecino” y la ya mencionada “María y yo”, engrandecen este género en el que todos nos adentramos de niños, y en el que unos cuantos nos quedamos, pese a que nos miren raro.
En la película se nos cuentan las peripecias de una peculiar pareja: un dibujante de cómics, que entre otras cosas es autor de “Makoki”, historieta mítica de los ochenta, y su hija autista de 14 años. Uno podría esperar un humanista, dramático y comprometido documental que muestra la tragedia del autismo y el aislamiento social de los que lo padecen. Muy al contrario, si algo sorprende de esta maravillosa historia, que ya lo era en el cómic, es su optimismo vital y su espacial sentido del humor, mostrado sobre todo a través de las animaciones y viñetas del propio Gallardo.
Conmueve escuchar a este hombre decir que en una sociedad avanzada como la nuestra, donde se tiende a la igualdad por decreto, donde todos deben tener las mismas oportunidades y ser igualitos, con su curro, su hipoteca, sus vacaciones, él sólo desea que su hija sea diferente. No quiere que la integren, no quiere que la enseñen a subir folios del cuarto piso al octavo y a decir buenos días, que todos sonrían y pongan cara de políticamente correctos e integradores. Él sólo sueña con que su hija sea feliz tal y como es, con su propio mundo, especial, único, lleno de granitos de arena, de listas interminables de nombres, de papelitos de colores con los que estampar el suelo de los aviones.
María y yo nos cuenta las vacaciones de Gallardo y su hija en un Resort de Canarias, lleno de guiris gordos color salmón que bailan al borde de la piscina y que comen sin parar gracias a pulseritas que evitan “a los peligrosos nativos”. En medio de ese enjambre de vikingos tostados, de manera surrealista, una pareja especial repite cada día una rutina con la que hacer sentirse cómoda a la niña, y que no hay que saltarse ni un milímetro: desayuno, paseo (siempre por los mismos sitios), piscina, buffet, playa, cena y, antes de coger el sueño, repetir nombres y nombres de personas que pasaron por su vida. También nos muestra la red de cariño que Miguel y May (la madre) han tejido alrededor de la niña: familiares, vecinos y amigos de Barcelona y Canarias de los que María recuerda cada uno de sus nombres, sin fallar en ninguno. Su padre les pone cara a todos ellos en cuadernos de alambre donde los dibuja y que sirven de biblia particular al universo de su hija.
Por su profesión, Miguel Gallardo reside en Barcelona, pero son constantes sus viajes a Canarias donde vive María con su madre y el resto de la familia. El documental nos muestra también cómo educan a María en una escuela especial y sus avances desde los dos años. Nos cuenta la angustia inicial de la madre cuando decía, y nadie la creía, que el bebe que habían tenido le ocurría algo, que no daba ni mostraba muestras de cariño alguno, que se escondía en un rincón de la cuna. Pero son momentos solamente ya que toda la historia está contada con un gran sentido del humor y subrayada con una magnífica banda sonora, como el conmovedor baño del padre y la niña en la piscina del Resort, con la música de la banda Antonia Font y su “Batiscafo Katiuscas”.
Imagino que todos ustedes estarán muy ocupados tumbados a la bartola en una playa, o con una sangría en la mano, o un mojito, cogiendo el tono gamba del que luego presumirán en septiembre. Lo entiendo, yo haría lo mismo si pudiera. La peli no está en muchos cines y no tengo ni idea si se ha estrenado en toda Apaña. Pero si tienen la oportunidad de encontrarla y están hasta las cejas de la playa, los niños, la suegra, la abuela, y en especial de su pareja, les animo a ver esta pequeña joya. Además, también sale una playa... y es perfecta.
El otro día pude ver por fin el documental, o más bien la película documental, “María y yo”, dirigido por Félix Fernández de Castro, basado en el cómic del mismo nombre, uno de los mejores de los últimos años, premiado en innumerables sitios, y que ratifica esa Edad de Oro por la que pasa el cómic español. No me considero especialista en el tema, pero sí aficionado y debo decir que historias como “Arrugas”, “El arte de volar”, “El vecino” y la ya mencionada “María y yo”, engrandecen este género en el que todos nos adentramos de niños, y en el que unos cuantos nos quedamos, pese a que nos miren raro.
En la película se nos cuentan las peripecias de una peculiar pareja: un dibujante de cómics, que entre otras cosas es autor de “Makoki”, historieta mítica de los ochenta, y su hija autista de 14 años. Uno podría esperar un humanista, dramático y comprometido documental que muestra la tragedia del autismo y el aislamiento social de los que lo padecen. Muy al contrario, si algo sorprende de esta maravillosa historia, que ya lo era en el cómic, es su optimismo vital y su espacial sentido del humor, mostrado sobre todo a través de las animaciones y viñetas del propio Gallardo.
Conmueve escuchar a este hombre decir que en una sociedad avanzada como la nuestra, donde se tiende a la igualdad por decreto, donde todos deben tener las mismas oportunidades y ser igualitos, con su curro, su hipoteca, sus vacaciones, él sólo desea que su hija sea diferente. No quiere que la integren, no quiere que la enseñen a subir folios del cuarto piso al octavo y a decir buenos días, que todos sonrían y pongan cara de políticamente correctos e integradores. Él sólo sueña con que su hija sea feliz tal y como es, con su propio mundo, especial, único, lleno de granitos de arena, de listas interminables de nombres, de papelitos de colores con los que estampar el suelo de los aviones.
María y yo nos cuenta las vacaciones de Gallardo y su hija en un Resort de Canarias, lleno de guiris gordos color salmón que bailan al borde de la piscina y que comen sin parar gracias a pulseritas que evitan “a los peligrosos nativos”. En medio de ese enjambre de vikingos tostados, de manera surrealista, una pareja especial repite cada día una rutina con la que hacer sentirse cómoda a la niña, y que no hay que saltarse ni un milímetro: desayuno, paseo (siempre por los mismos sitios), piscina, buffet, playa, cena y, antes de coger el sueño, repetir nombres y nombres de personas que pasaron por su vida. También nos muestra la red de cariño que Miguel y May (la madre) han tejido alrededor de la niña: familiares, vecinos y amigos de Barcelona y Canarias de los que María recuerda cada uno de sus nombres, sin fallar en ninguno. Su padre les pone cara a todos ellos en cuadernos de alambre donde los dibuja y que sirven de biblia particular al universo de su hija.
Por su profesión, Miguel Gallardo reside en Barcelona, pero son constantes sus viajes a Canarias donde vive María con su madre y el resto de la familia. El documental nos muestra también cómo educan a María en una escuela especial y sus avances desde los dos años. Nos cuenta la angustia inicial de la madre cuando decía, y nadie la creía, que el bebe que habían tenido le ocurría algo, que no daba ni mostraba muestras de cariño alguno, que se escondía en un rincón de la cuna. Pero son momentos solamente ya que toda la historia está contada con un gran sentido del humor y subrayada con una magnífica banda sonora, como el conmovedor baño del padre y la niña en la piscina del Resort, con la música de la banda Antonia Font y su “Batiscafo Katiuscas”.
Imagino que todos ustedes estarán muy ocupados tumbados a la bartola en una playa, o con una sangría en la mano, o un mojito, cogiendo el tono gamba del que luego presumirán en septiembre. Lo entiendo, yo haría lo mismo si pudiera. La peli no está en muchos cines y no tengo ni idea si se ha estrenado en toda Apaña. Pero si tienen la oportunidad de encontrarla y están hasta las cejas de la playa, los niños, la suegra, la abuela, y en especial de su pareja, les animo a ver esta pequeña joya. Además, también sale una playa... y es perfecta.