No sé ni qué título poner. Tengo resaca y estoy poco inspirado. Cuarenta años tardé en verlo, casi tantos como aquél tardó en morirse. En el fondo ha costado sangre, sudor y lágrimas. La sangre derramada como consecuencia de los golpes barriobajeros de unos que se hacen llamar futbolistas. Las lágrimas de un portero con vocación de salvador, al que pusieron en duda, olvidando que los héroes de la calle siempre vuelven. Sus lágrimas al final ponían los pelos de punta, por no hablar de ese beso, merecedor de ser el final de una gran película, de un clásico imperecedero. El sudor de una especie de Tarzán que ha corrido y corrido sin parar, como si la vida le fuera en ello. Es su sudor, el de sus compañeros, el de todos, el que he transpirado en este mes, en este día, cuando a cuatro minutos del final pensé que el puñetero azar, destino, o como quieran llamarlo, se lo tenía que devolver a unos holandeses que hubo un tiempo en el que jugaban al fútbol, como si fueran los últimos románticos, pero que hoy sólo han sido once macarras peligrosos.
Creo que el título debería ser “justicia poética”, porque el fútbol ha ganado, porque un pequeño poeta, genial y malabarista ha marcado el gol decisivo, como debía de ser, aunque no le elijan mejor jugador del torneo unos gordos que deciden estas cosas. Da igual, que la chupen, que la sigan chupando, que den el premio a guaperas que les queda mejor el uniforme de una multinacional. El mundo, las empresas, los gobiernos, las multinacionales, están dirigidas por absurdos gilipollas y eso hace tiempo que lo sabemos.
Pero creo que ya sé cómo voy a llamar a esta historia, a estas líneas que tocan el cielo, que nunca pensé que podría escribir. Como en todo momento de gloria, uno debe recordar a muchos, porque para llegar hasta aquí, hay que mirar hacia atrás y recordar a tantos. Quizás nunca tantos debieron tanto a tan pocos.
Así que lo de ayer nos debe hacer recordar a los que ya no están, a los que nos dejaron, a los que no pudieron verlo. A los de aquella otra fecha que también cayó en once, pero que fue un once infame y sangriento, que nos heló el corazón para siempre. A los miles de olvidados en las cunetas de una guerra injusta y cruenta, que rompió un país en dos, cuya brecha nunca pensamos sería salvada. A los cazados por los lobos iluminados, los fanáticos, los del odio, que por ellos también va.
A los que no tienen trabajo, a los humildes, a los que no tienen nada, a los que se arruinaron, a los que robaron un futuro, a los que tienen un destino incierto. A los que desesperan, a los que hacen cola en busca de un trabajo, a los que madrugan, y a los que no, a los que curran con sus manos, con sus mentes, con su espíritu.
Creo que el título debería ser “justicia poética”, porque el fútbol ha ganado, porque un pequeño poeta, genial y malabarista ha marcado el gol decisivo, como debía de ser, aunque no le elijan mejor jugador del torneo unos gordos que deciden estas cosas. Da igual, que la chupen, que la sigan chupando, que den el premio a guaperas que les queda mejor el uniforme de una multinacional. El mundo, las empresas, los gobiernos, las multinacionales, están dirigidas por absurdos gilipollas y eso hace tiempo que lo sabemos.
Pero creo que ya sé cómo voy a llamar a esta historia, a estas líneas que tocan el cielo, que nunca pensé que podría escribir. Como en todo momento de gloria, uno debe recordar a muchos, porque para llegar hasta aquí, hay que mirar hacia atrás y recordar a tantos. Quizás nunca tantos debieron tanto a tan pocos.
Así que lo de ayer nos debe hacer recordar a los que ya no están, a los que nos dejaron, a los que no pudieron verlo. A los de aquella otra fecha que también cayó en once, pero que fue un once infame y sangriento, que nos heló el corazón para siempre. A los miles de olvidados en las cunetas de una guerra injusta y cruenta, que rompió un país en dos, cuya brecha nunca pensamos sería salvada. A los cazados por los lobos iluminados, los fanáticos, los del odio, que por ellos también va.
A los que no tienen trabajo, a los humildes, a los que no tienen nada, a los que se arruinaron, a los que robaron un futuro, a los que tienen un destino incierto. A los que desesperan, a los que hacen cola en busca de un trabajo, a los que madrugan, y a los que no, a los que curran con sus manos, con sus mentes, con su espíritu.
A nuestros abuelos, que nunca lo vieron. A nuestros padres, que nunca lo creyeron. A nuestros hermanos, que nunca lo soñaron.
A los que creen que con la belleza también se gana, y si no se gana, al menos se intenta, sin perder un estilo, sin perder una forma de vivir.
A los sensatos, a los que no levantan la voz, a los hombres tranquilos con bigote que, cuando van mal las cosas, se mantienen firmes, serenos, mientras el resto grita.
A los héroes anónimos, a los que caen y se levantan, a los que persisten, a los que en el pasado lo intentaron pero que fueron derrotados, a veintitrés tipos que cuando salen al campo sólo saben y quieren jugar.
A los poetas.
Porque de todos ellos será El Reino de los Cielos.
(Pues ale, recuerden siempre este día, este momento, esta narración, este gol)