Hubo un tiempo en que los gestos significaban algo.
Hubo un tiempo en que la dignidad no tenía precio.
Hubo un tiempo en que un instante de valor podía salvar a todos.
Ayer murió un señor que permaneció sentado en su sitio cuando empezó a llover una ensalada de tiros a diestro y siniestro. Quién sabe, probablemente era sabedor de que sería el primero al que le darían el paseíllo como forma vengar tiempos pasados en los que le acusaban de hacer exactamente lo mismo con tantos y tantos del bando contrario. Tenía más motivos que nadie para decir eso de “¡tierra trágame!”, pero aun así permaneció sentado en su sitio, mientras la mayoría de sus compañeros de profesión ponían el culo mirando al Cielo, a la Meca, o a Cuenca, según la tendencia o el gusto de cada culo. Puestos a intentar entender el gesto del señor que murió ayer, probablemente barruntó para sus adentros que, ya que iba a pirarse al otro barrio, al menos no lo haría con el culo mirando a Murcia, aunque sólo fuera por el qué dirán amigos, enemigos, o simplemente los que le eligieron para que les representara.
No fue el único que hizo tal gesto. Hubo otros dos señores que hicieron lo mismo. El primero, más joven, de hecho gobernaba, pero casi todos le odiaban. El odio de unos era por su pasado con camisa azul, el odio de los otros era por ser traidor a esa camisa azul. Un lío, ya ven, eso de que te odien todos. El otro señor que permaneció en su sitio, e incluso se levantó, era un anciano que solía vestir de uniforme. Quizás por ello se levantó como un resorte y fue directo a por el tipo bigotudo vestido de verde que acababa de entrar pistola en mano en el lugar en el que la soberanía popular está representada. El valiente bigotudo con ideología de barra, y modales de carajillo mañanero-cuartelero, trató de hacerle por la espalda, y a traición, una llave de jiu-jitsu sacada de un gimnasio cutre de barrio; pero ni con esas maneras macarriles pudo derribar al anciano tenaz y respondón. Hay que saber ser un matón de mierda.
Todos ellos, el señor que murió ayer, y los otros dos, venían de un pasado lejano no tan lejano, de épocas oscuras, de tiempos sobre los que todos opinamos, pero que nunca vivimos y de los que hablamos de oídas, como si dictáramos dogmas de fe. Curiosamente el señor que murió ayer, y el señor mayor al que quisieron aplicar la llave de jiu-jitsu, lucharon uno frente al otro en una guerra lejana y cruel entre hermanos, y de la que hoy en día sólo se habla para recordar que protagoniza muchas de nuestras películas, como si ello fuera algo malo. El Destino, ese bromista aficionado al orujo de hierbas, quiso juntar en la misma sala a esos dos señores mayores que en el pasado fueron enemigos (allí les recluyeron, aislándoles de los compañeros que permanecían con el culo al alza), pero que en ese instante para la eternidad, cada uno con sus ideas, se mantuvieran firmes cuando el país volvía a caer cuesta abajo y sin freno hacia el abismo.
Sé que a muchos esto les suena a historias de viejunos, incluso algunos pensarán que fue una ficción, o incluso una película de VHS gastada por el tiempo. Puede ser, los que entramos en la madurez (o insensata inmadurez tardía) somos así: nos molestan los ruidos, nos molestan las voces, nos molestan los pelos traicioneros que salen en el borde de la oreja, pero especialmente nos molestan los más jóvenes. Eso es porque ya olvidamos la dulce fragancia del primer tercio de la vida, la absurda arrogancia que conlleva no saber lo suficiente, así que en nuestro cinismo contraatacamos con batallitas sobre gestos dignos de tipos duros cuyas crisis fueron guerras, exilios, soledades y miserias.
Y resulta que ahora que las cosas van mal de verdad, tras años en los que nuestra máxima preocupación era elegir el color del sofá Havestromenauer de IKEA, ahora que le vemos las orejas al lobo, tras años de absurda felicidad artificial, ahora que son muchos los que levantan voz por injusticias presentes, resulta que ahora toda la responsabilidad final de nuestras miserias actuales las tienen aquellos a los que les tocó lidiar con la más fea en una época en la que si no se escuchaba el sonido de los sables en los cuarteles, resonaban los ecos norteños de las 9mm parabellum.
No sé si fueron peores o mejores tiempos que los actuales. Creo que fueron peores, básicamente porque había gente que seguía siendo asesinada por pensar de manera diferente, ya fuera de un bando o de otro. En aquellos tiempos yo sólo era un niño preocupado porque sus orejas de Dumbo sobrevivieran cada día en un patio lleno de joputas y ensotanados, pero al que sus mayores encima inquietaban con viejas historias de otros patios, y otras épocas, poblados de joputas aún peores que hicieron correr la sangre por doquier, dejándo el país horadado de surcos llenos de odio. Y aunque los tiempos han cambiado, y cada vez hay más sensatos, o eso creo, todavía hoy vuelven a resurgir a un lado, y a otro, los que siempre braman, o incluso rebuznan, para que lleguemos de nuevo a las manos, para vuelvan las hostias por doquier, ya que al parecer nos aburríamos demasiado, que florezcan esos viejos surcos cargados de bilis, aunque ahora estemos en el patio de la civilizada Europa, la cual, como ya hizo en el pasado, no tendrá ningún problema en abandonarnos a nuestra suerte si nos tenemos que volver a matar, como ya hicimos en el pasado.
Hoy he visto (o leído) en ese patio de vecinas llamado Facebook, alegrarse y brindar a algunos por la muerte de este señor, fuera malvado o no en su pasado, como hace pocos meses vi a otros cuantos alegrarse y brindar por la muerte de otro señor de esa época, pero del bando contrario, o incluso hace dos noches me crucé en la Puerta del Sol con otros tantos que brindaban por la dimisión de una señora (espero que fuera ésa la causa del festejo improvisado, y no otras personales que ha sufrido en forma de enfermedad) que ha gobernado Madrid de manera nefasta y populista, pero que yo sepa no ha asesinado a nadie. Pero así somos, un país de brindis, pero no al sol, que al menos tiene su gracia, si no de brindis por las desgracias ajenas, en especial si son del enemigo al que hemos decidido que mueve, ahora y siempre, la veleta que señala a todos nuestros males, aunque esos mismos los provoquemos nosotros. No, nunca tendremos la culpa de nada, es lo bueno de tener siempre como excusa al malvado, insidioso y pérfido enemigo. Así que, seguiré siendo un tipo absurdo, incluso singular, al que le gusta brindar por los logros propios, aunque sean escasos, pero propios. A Unamuno le dolía España, creo a mí a veces me pasa un tanto de lo mismo, aunque quizá por motivos muy diferentes de los suyos. En mi caso, cuando la palma alguien de una ideología (o de la otra), resoplo de vuelta a casa porque sé que me va a doler España más que nunca, ya que, aunque pasen generaciones y generaciones, el dogmatismo, el odio, el sectarismo y la mediocridad, permanecerán.
Por mi parte, aunque no comulgase con él, aunque no me gustase su pasado, aunque el señor que murió ayer tuviera una forma de ver el mundo muy distinta a la mía, no puedo más que estarle agradecido porque hace muchos años, un niño acojonado y en pijama, con aparato en los dientes, orejas de Dumbo y gafapasta ochenteras pegadas a la pantalla de la tele, pudo ser testigo del gesto digno y único de un hombre, del momento sereno a la altura de las circunstancias, del instante de valor que nos salvó a todos.
(Lo que acaban de leer es una entrada especial del 101historias, eso no quiere decir que vaya a repetir... o quizás, sí)