miércoles, 24 de junio de 2009

Los pequeños detalles

Vamos demasiado deprisa para fijarnos en los pequeños detalles, pero ahí está la clave de todo este invento. Supongo que depende del estado en el que se encuentra cada persona, del estrés con el que viva, de la situación laboral o existencial en la que está en el momento. Quizás porque uno va por la vida husmeando historias o quizás porque ha llegado un punto en que lo importante realmente son esas pequeñas cosas.

¿Y cuáles son esas pequeñas cosas que le hacen a uno no dimitir? ¿Cuáles son esas pequeñas cosas que le hacen a uno reconciliarse con todo, pensar claramente que merece la pena haber estado por aquí de visita?

El olor de un café bien servido (y eso que no soy especialmente cafetero), con leche templada y algo de espuma, acompañado de una barra bien tostada con algo de aceite, tomate exprimido o rayado, un poco de sal. Pero cuál es el pequeño detalle que hace grande el momento. El trago de agua bien fría que uno se toma después.

Caminar por la Gran Vía, rodeado de gente, de todo tipo, de todas las clases, de todas las pintas. Mirar las gárgolas de esos pequeños rascacielos que emulan a sus gigantes hermanos de la ciudad que nunca duerme. Comprobar que a la altura de lo que fue el Madrid-Rock siguen esos dos hermanos con mallas, chupas de cuero llenas de pinchos, melenas, bebiendo calimocho, formando parte ya del paisaje urbano. Quedarte tranquilo porque con ellos no van a poder, seguirán allí con frío o calor asfixiante, negras sus chupas por el humo de los coches, construyan Zaras, Haches y emes o Springfields, cierren cines clásicos poco rentables, o alcaldes megalómanos quieran hacer peatonal una calle única e inigualable. Ellos seguirán allá. La Gran Vía sobrevivirá siempre, a bombarderos fascistoides o a diseñadores supercool. Y a la altura del Palazzo, entras y te pides una horchata bien fría, con poco hielo granizado.

Llegar a los cines Ideal, allá por Atocha, percibir ese olor a palomita que viene desde la puerta, anticipo del mejor de los sueños. Sentarte con los amigos, comer esas palomitas, beber esa bebida bien fría y cuando se apaga la luz tener las mismas palpitaciones de cuando era niño, en el cine de verano de aquella playa perdida que puebla mis sueños.

Esa primera caña bien fría, con su espuma, cuando tienes el gaznate seco, en una mañana de domingo, al lado de un bar clásico del Retiro, o en uno de esos que han hecho de diseño en La Latina, o en una taberna castiza de Chamberí, da igual. Debería pararse el mundo mientras damos ese primer sorbo. Luego dar un beso en la calva a esos camareros de chaquetas blancas que deberían estar subvencionados por la Seguridad Social.

Un Cola-cao con leche bien fría, en la noche, con la radio de fondo. Pero qué le hace diferente a esta bebida, qué le hace mejor que otras. Qué es lo que hace que pase de generación en generación, aunque eso sea a su vez el motivo de que no guste a otros, porque el mundo está también lleno de grandes ignorantes: los grumos. Esos grumos no disueltos fundamentales, mágicos, supervivientes.

Los pequeños detalles. No dejen de fijarse si tienen un rato.



(Les dejo con esa cantautora genialode llamada Cat Power y su cálida voz. Les dejo con Lived in bars, toda una declaración de principios)

miércoles, 17 de junio de 2009

La feria

No recuerdo cuándo fue la primera vez que deambulé por ese paseo de carruajes lleno de casetas bajo el sol agobiante de junio, antesala ya de un verano inminente. No lo recuerdo claramente, sólo la imagen de la gente que iba arriba y abajo comiendo helados, los niños corriendo de una caseta a otra con los padres persiguiéndolos a grito pelado, los que se paraban a hojear y ojear, los dueños de las casetas abanicándose con folletos de promoción, la voz de megafonía informando de los autores que firman, las señoras y señores preocupados en reconocer al escritor famoso... Sólo tengo un recuerdo claro por encima de todos los demás: libros y más libros, de todos los tipos, de todas las formas, de todas las clases. Un escaparate lleno de textos donde sentirse como un niño en una pastelería.

Quién me lo iba a decir a mí que, años después, iba a ser uno más de los expositores que se abanican en una de esas casetas que están bajo ese sol madrileño que abofetea cuando el frío dice adiós. Y es que durante tres años (incluido éste último) he estado ganándome unas perras gordas que compaginen ese otro perro oficio de contar historias. Pese al calor, la lluvia e, incluso, los últimos estertores del frío, la feria del libro, situada en ese mágico parque que hace respirar a la ciudad invivible pero insustituible, es la mejor del mundo por ser la más popular y la menos elitista. Uno puede encontrarse al más sesudo de los escritores y al más friqui de los personajes. Ésa es la feria: comercial, peculiar, desmedida, hortera, sesuda, calurosa, lluviosa, culta, inmensa. Son casi cinco kilómetros que se abarrotan con más trescientas casetas y pabellones. Un hormiguero que recorre una alfombra de papel.

Y tantos días allá te llevan a descubrir gentes y personajes que pueblan cada año ese lugar. De grandes librerías y editoriales, que hacen el negocio del año y se saben todos los trucos, a novatos ilusionados por su veintena de textos editados, desbordados por esta Babilonia cultural. Uno puede pasear y encontrar desde facsímiles a cómics, de libros olvidados a la últimas novedades, de clásicos a best-sellers, de novela negra a ciencia ficción, de ensayos trascendentes a la mejor de las aventuras. Todo allí, en apenas cinco kilómetros mágicos.

“¿Oiga, hijo, tiene usted la revista Raíces?”. Esta era la pregunta que me hacía una anciana enjuta, de moño gris, nariz aguileña, arrugada como una pasa pero en aparente buena forma. Con su chaqueta de lana, su mirada inquieta, acompañada un día por una mujer latina, otro por una mujer negra. Y ambas siempre me miraban de manera cómplice. “No, señora, ya le comenté el otro día que no está en nuestra Asociación desde hace años, pero pregunte usted en la caseta de Serafat, que llevan libros y temáticas judías”. Y la señora me decía que ya había preguntado allá, y que la habían mandado a mi caseta, y luego se iba con paso firme tras darme las gracias. Era la tercera vez que se acercaba para hacerme la misma pregunta... este año.

-Oiga, ¿el libro sobre Astrología que ha publicado Aramis Fuster?

-Aquí no es. Información es la caseta de al lado.

-Ya, pero hay mucha cola, no me lo puede decir usted.

-...

Días de cansancio y de preguntas similares. En mi caso, al ser una caseta de revistas culturales y estar junto a la de información, todo el mundo (incluidos el resto de expositores y los tipos de seguridad) piensa que al no tener libros (eso es porque no han visto revistas de literatura como “Turia”, un libraco de 300 páginas, con una tirada de dos números al año, y sin fotos, claro) estás ahí para eso, para informar de lo que sea. Unos tipos raros con revistas raras y densas. Y uno, por más que se desgañita diciendo a todos que no somos información, finalmente tiene que lidiar con las decenas de personas que se acercan a esa caseta vacía con un tipo que tiene cara de aburrido, que seguro sabe algo.

-Oiga, mire, le importa si le hago una pregunta que he planteado en otras casetas, a ver si me da usted la razón.

-Uffff, a ver, dígame.

-¿Cuándo se fundó la electricidad?

-...

Otra de las tareas que uno siente que hace es la de tener cierta función de servicio público, de servir de compañía a la gente, de dar conversación a unos cuantos. Es algo que se ve en especial los días de diario, cuando menos follón tiene la feria, cuando mejor se está. Desde ancianos solitarios, a solitarios de la vida, pasando por excéntricos, o incluso simples vendedores.

-Oiga, ¿tiene marcapáginas?... es que los colecciono.

-Claro, claro, fíjese que es "el primero" que me dice tener esa afición.

-Oiga, ¿revistas sobre casinos tiene?

-Eeeeh, no, no tenemos de ésas en la Asociación.

-Oiga, ¿revistas de salud tiene?

-Eeeeh, no, no tenemos de ésas en la Asociación.

-Oiga, ¿revistas de sexología tiene?

-Eeeeh, ya me gustaría tener, ya.

-Oiga, ¿revistas sobre el Triángulo de las Bermudas?

-...

Cada uno de los que pasa por allá quiere trasmitirte algo. Uno espera sobre todo que quien lo haga sea una mujer de mirada arrolladora y formas poderosas, pero generalmente son personas que, sin venir a cuento, te exponen una página de su vida. Así un canario (de las Islas, matizo) con gafas de sol se interesó por la caseta y la variedad de temáticas culturales que tenía, pero en poco tiempo pasó a contarme su operación de córnea que le iba a posibilitar ver mejor porque estaba medio ciego, pero se lo tomaba con filosofía, lo que le permitía estar de baja, y lo que le llevó a terminar su alocución contándome un chiste:

<<"Sabe ése de Jesucristo que está en el bar de un hospital, y lo reconocen un inglés, un francés y un español. El inglés dice a sus compañeros: “¡Mirad, ése es Jesucristo!” El francés le responde que no puede ser. Pero el inglés insiste, “¡que sí, coño, que ése es Jesucristo, no ves las marcas en la frente y los estigmas en las manos!”. Así que el inglés se acerca para comprobarlo y le dice: “oye, tú eres Jesucristo, ¿verdad?” El tipo de barba y pelo largo, túnica blanca, marcas en la frente y una cervecita en la mano, se vuelve y mira resignado al inglés: “joder, sí, ya me has reconocido, pero por favor no lo digas en voz alta”. Vale, vale, le responde el inglés. “Oye, ¿tú podrías curarme esto de cuello que me tiene muy jodido?”, le suplica el inglés. “De acuerdo, te curo pero cállate y no se lo digas a nadie más”. Jesucristo le toca el cuello y milagrosamente se cura. “¡Hostias!, quiero decir, ¡córcholis!, ya no me duele”, grita el inglés feliz. “Psss, vale, vale, pero baja la voz y ve en paz”, le demanda Nuestro Señor. El inglés no tarda ni un segundo en ir corriendo a la mesa a contárselo al francés y al español. Enseguida, en la barra, Jesucristo se encuentra con el francés pidiéndole que le cure lo de su brazo. “Joderrr con el inglés. Bueno, venga, te curo, pero calla la boca, que luego no me dejan en paz”. Y entonces Jesucristo toca el brazo del francés que se marcha tan contento. En esto que Jesucristo se queda observando al español, que no se levanta, sigue en la mesa. Y se pone a pensar: “a ver si éste no va a poder andar y no puede acercarse para que le cure. No puedo dejarlo así, ¡coño, soy Jesucristo!, no puedo hacer estas cosas”. Y Jesucristo se acerca hasta la mesa: “hola amigo, sabes que soy Jesucristo, ¿te puedo ayudar en algo?” Y el español, horrorizado, se echa hacia atrás: “¡a mí ni me toque que estoy de baja!”>>.

Y el canario, un compañero y yo mismo descojonaos en medio de la feria con el chiste cutre que nos ha contado. “¿Y de qué se reirán ésos que tienen la caseta siempre vacía?”, se preguntarían algunos. Luego nos deseó suerte y aseguró que volvería al año siguiente, ya con nuevas córneas.

“¿Oiga, hijo, tiene usted la revista Raíces?”. Y la asistente latina me miraba con resignación por cuarta vez. “No, señora, lamentablemente no pertenece a la Asociación desde hace años”. “Vaya, no lo sabía”, me responde la anciana. “No se preocupe, señora, para eso estamos en la feria”.


(No sabía que vídeo poner, así que por eso del colorido de la feria pongo a The new pornographers y esta hermosa canción y colorista vídeo. Son canadienses y se llaman así porque un predicador de aquel país decía que la música era pornografía)