domingo, 28 de septiembre de 2008

Veredicto final

Un hombre juega a la maquina entre las sombras de un bar. Bebe cerveza y fuma, bola tras bola. A través de la ventana, entre los adornos navideños, vemos un paisaje apagado, gris, invernal. Falla la última bola. El hombre se queda pensativo, mirando al vacío. No es que haya perdido una bola ni una partida, es que su vida entera es una derrota.

Éste es el arranque de una de las películas de siempre. La adaptó de una novela de Barry Reed uno de los mejores guionistas contemporáneos (Mamet), la dirigió uno de los más grandes de siempre (Lumet), la interpretó el mejor de todos (Newman).

Es la historia de un abogado alcohólico derrotado por la vida, que se gana el sustento dejando su tarjeta en velatorios y contando de noche, entre copa y copa, chistes malos a los colegas en la taberna. Va a tener su última oportunidad de redimirse, de hacer algo grande, de poder levantarse por la mañana con algo más que una mala resaca.

Es una historia de connotaciones épicas, en la que uno se enfrenta a todos: a un juez cabrón y soplapollas (qué raro) que hace lo imposible porque pierda el caso, a unos curas repugnantes, dueños de un hospital, preocupados por su reputación moral antes que por la vida de sus pacientes (qué raro), a un abogado ladino y sin escrúpulos capaz de hacer lo que sea por ganar (otro monstruo llamado James Mason), a los familiares de la chica que han dejado en coma los médicos de los curas y que sólo quieren cobrar el dinero y marcharse, a su pasado de ingenuo abogado idealista, al sistema que todo lo puede.

Sólo le apoya un viejo amigo que le cura las borracheras y que hace de investigador para él (grande, muy grande Jack Warden), y una misteriosa y bella mujer de la que se enamora en una noche de copas, y que le va a traicionar porque no quiere más perdedores en su vida.

Fue su última interpretación genial después de muchas otras. Ya anciano realizó un último recital como padre de Caín y Abel en la crepuscular, oscura y hermosa “Camino a la perdición”. Pero si me tengo que quedar con una imagen de él, es en esta película como abogado derrotado por la vida, jugando a solas con la máquina del bar, escuchando a solas en su despacho el teléfono que suena y suena, y al que no quiere dar respuesta.

Hay gente que debería ser eterna. Y ése es mi veredicto final.


miércoles, 24 de septiembre de 2008

Un tío grande

-Y a continuación el programa de cine de Ángel Martín. Hoy voy a hacer por primera vez la crítica de una película española: “La mala educación”.

-¿Y qué te parece?, pregunta Patricia.

-Pues un montón de mierda, eso es lo que me parece.

-Pero Ángel, ¡que es Almodóvar!

-No, si yo estoy seguro de que él opina lo mismo.

Y así, el tío más grande (nunca mejor dicho) que ha surgido en nuestra infame televisión en muchos años, remata sin pelos en la lengua semejante sentencia políticamente incorrecta, y encima tiene razón, que quieren que les diga. Unos días después hizo la crítica de una pretérita y horrible peli (“Policía”) que protagonizó su jefe actual (Milikito) porque decían algunos, cómo no, que no tenía huevos para hacerlo. Y le pareció lo mismo, un montón de mierda, aunque Emilio Aragón estaba cojonudamente bien, puntualizó.

Resulta gratificante encontrarse con alguien que no tiene ningún reparo en descojonarse de unos u otros, desde la cochambrosa Tele 5 hasta los superguays de Prisa-Cuatro, desde el demagogo Enric Sopena, que no se pierde una tertulia, hasta el plasta de Peñafiel, experto de la Casa Real. Y lo mejor es hacerlo con semblante serio, sin apenas reírse, manejando los tiempos, las pausas y la mala leche con ironía, como creo que deben hacer los grandes cómicos, y este señor bajito lo es, además de un gran guionista.

Lo triste es que todavía algunos se encabronen con esta genialidad llamada “Sé lo que hicisteis...”, y que no se den cuenta de que es el mejor programa de ficción que hay ahora mismo en la televisión. Sí, ficción. ¿Y por qué? Pues porque hay un guión espléndidamente escrito (además a diario, con lo que ello supone) y estructurado por un equipo de guionistas inmejorable (con sus defectos, que los tiene, en Globomedia hay algunos de los mejores talentos creativos del audiovisual patrio, lo que pasa es que al no hacer cine, parecen algo menos), y porque los personajes que lo pueblan son interpretados por una gama de actores cómicos que recuerdan al mejor “Saturday Night Live”. Lo del zapping es lo de menos, es la mera excusa argumental que utilizan para hacer la mejor comedia en mucho tiempo, superando a ficciones que se hacen llamar ficciones. Y además, algunos agradecemos la caña que dan a la peor basura catódica que campa por la parrilla televisiva. Como Pike Bishop y su cuadrilla de hijo putas fronterizos no pueden aniquilarlos a balazos, a mí me queda el consuelo de que Ángel Martín y compañía les den hasta en el carnet de identidad a tanto montón de mierda.

El otro día un señor (¿?) juez les ha prohibido usar de ahora en adelante la línea argumental de los zapeos de la tele amiga, con la excusa del uso indebido de la propiedad intelectual. Y me parece bien que los desesperados jefazos de Telecinco, por el culo te la hinco (chiste facilón), ahora se acuerden del derecho o el uso de la propiedad intelectual, cuando ellos se pasan por el orto tantos otros derechos, entre ellos el del respeto a la intimidad.

No sé si esto significará el fin de un programa (yo creo que no, porque insisto en que es un programa de ficción) que me hace estar a eso de las tres y media (siempre que estoy en casa)clavado ante la pantalla de televisión, como en otros tiempos televisivos más felices no me perdía ni un instante de las tropelías de Angela Channing y las camisas de rayas de Chase Gioberti.

Y leía el otro día a un conocido crítico de “El país”, que tiene blog propio, comentando el intento desesperado de TeleBerlusconi por contrarrestar el éxito de estos pistoleros vespertinos, programando un programa del corazón desde la perspectiva del humor (todavía me descojono) con un gafapasta graciosete y una rubia buenorra al frente. Y mencionaba sabiamente Hernán Casciari, en ese mismo artículo, que todavía no se habían dado cuenta los ejecutivos telecinqueros que uno de los principales motivos del éxito del programa de la Sexta, es la química que existe entre ese hombre de gesto imperturbable y esa hermosa (y espléndida) actriz de comedia que, además, domina la escena y la improvisación como nadie.

Así que, mientras el juez se decide a meterles en la cárcel (con toda la mala ralea que tendría que entrar antes), yo seguiré disfrutando de esta ficción genial, con las salidas de tono de un cómico como Miki Nadal, que vuelve a ser aquel del gran Informal; o Dani Mateo, el hombre de la voz cavernosa y las comparaciones imposibles; o esos paparazzis de segunda mano, con ese cámara andaluz lleno de retranca y pasotismo; o esas reporteras buenorras que, al contrario que otros, abordan al famoso con gracia y respeto. Pero sobre todo seguiré disfrutando de una pareja de presentadores perfecta, o mejor, de dos cómicos que, tras observarlos sólo un poquito, te percatas enseguida de las miradas complicidad y respeto que se echan el uno al otro... igualito que el tirantes y la otra.

(Por cierto, todo lo que he escrito aquí, también es ficción, pero mala)

viernes, 19 de septiembre de 2008

La mirada

La conocí en una boda hace muchos años y enseguida me quedé prendado de su mirada, que parecía hablar. Fue en Inglaterra, y por aquellos tiempos ella estaba enamorada de un gilipollas que no le hacía demasiado caso. Coincidimos en otras tres bodas, allá en la campiña inglesa, incluida la de un engreído escocés con castillo propio. Ni siquiera el exceso de sombra de ojos, lo que le daba un aire aristocrático y misterioso, podía distraer la atracción hacia esos ojos verdes gatunos que ocultaban todo un mundo de ironía y amargura ante el amor no correspondido. Más triste fue nuestro encuentro en el funeral de su amigo gay, donde se nos puso un nudo en la garganta ante la emotiva despedida de su pareja, recitando aquel poema de W.H. Auden, donde pedía que los relojes se parasen ante el vacío de una ausencia.

El caso es que ella se sinceró ante el gilipollitas de los gestos y el flequillo, y le dijo con un par lo que sentía, pero el gafapasta con cara de despistado estaba colado por una americana cursi, que iba y venía de boda en boda. Le rompió el corazón el muy cabrón, hay que estar muy ciego para desperdiciar semejante mujer de carácter, sentido del humor y fina ironía. Da igual porque salió airosa del desengaño.

No supe de ella hasta pasados un par de años. Entonces la reencontré en un lugar exótico e insospechado, en tiempos más difíciles que los de las bodas, en tiempos donde la gente se mataba en cada rincón del planeta. Ella era entonces la mujer de un miembro de la Real Sociedad Geográfica Británica. Esperaba paciente el regreso de un marido que, en lugar de hacer mapas para descubrir horizontes perdidos, se dedicaba a espiar y buscar las huellas de un zorro del desierto que traía en jaque a los suyos.

Ya no era morena sino rubia, con el pelo más largo y suelto. Ya no había exceso de sombra en los ojos y el único maquillaje lo impregnaba la arena de la tormenta. Y como se sentía sola y abandonada, se cruzó en su camino un tipo solitario cuya única vida eran las dunas del desierto, sus habitantes nómadas y unas cuevas con nadadores prehistóricos en sus paredes. A pesar de su voluntaria soledad, nada pudo hacer el peculiar eremita ante aquella mirada. Una noche, bajo el limpio cielo del Sahara, jugando a la botella, a ella le tocó pagar prenda, y como cantaba muy mal, prefirió contar, con ese acento suyo tan perfecto y tan inglés, la trágica historia de un rey que una vez para presumir de la belleza de su esposa, retó a uno de sus súbditos a que la espiase desnuda para comprobarlo. La consecuencia de semejante insensatez fue la infidelidad de la reina, y que ésta pidiese al súbdito que matase al rey y se fuera con ella. Y al terminar la historia, todavía lo recuerdo nítidamente como si fuera ayer, vi esa mirada penetrante que no necesitaba más palabras para turbar al azorado aventurero.

Y ese fue el principio del fin de aquel conde húngaro que traicionó a su mejor amigo y a sus colegas, atrapado por aquella mirada que derrumbó los cimientos de su vida. Y la cosa acabó mal, como acaban siempre estas historias de amores prohibidos. Y más tarde fue confundido con un inglés, tras encontrar unos nómadas su cuerpo carbonizado entre los restos de su avioneta. Y pasó lo que le quedaba de vida entre dolores, cuidado en una Villa de la Toscana por una paciente y bondadosa enfermera, pero con el dolor más profundo que supone el recuerdo de una mujer que le esperó paciente en una cueva a que un día regresara a por ella.

Paso el tiempo, y a veces pensaba en ella, en su mirada, en aquella trágica historia de otros tiempos. Supe que merodeó una granja allá por el Oeste profundo, donde un tipo que susurraba a los caballos le ayudó a curar a su hija herida. Pero poco más, ya la imaginaba retirada, feliz, con hijos tras tantos palos que da la vida.

Fue el otro día. La intuí de lejos, en un museo, aunque tenía dudas si era ella. Contemplaba un cuadro terrible en el que unas mujeres de negro mostraban sin pudor el mayor de los sufrimientos ante una fosa sin cubrir. El pintor, una tal Emile Friant, un desconocido para el gran público, quiso mostrar el dolor como si fuese una fotografía. Al volverse la mujer, descubrí que era ella, pero su mirada, esa mirada que parecía hablar con sólo un parpadeo, no era la misma.

Y entonces descubrí que ahora estaba en Francia, en una ciudad del Norte, y que apenas hablaba, y que su mirada reflejaba la peor de las tragedias, el mayor de los desconsuelos. Y todos los que la conocen se preguntan dónde había estado todo ese tiempo. Y en una fiesta, ante las impertinencias de un listillo pasado de frasca, que no dejaba de acosarla sobre su misterioso pasado, ella le soltó con total naturalidad que había estado quince años en la cárcel por asesinato. Y todos se rieron pensando que bromeaba, pero su hermana y unos pocos sabían que no era así.

No es fácil cargar con la culpa de una muerte, más si es la de un niño, más si es la de tu propio hijo. No es fácil expresar con tan poco, tanto dolor, tanta soledad. Esa mirada verde que antaño mostró a una mujer apasionada, llena de vida, ahora mostraba a una mujer muerta, acabada. Pero al igual que en el pasado, ella salió adelante, recuperó las ganas de vivir ayudada por una hermana vitalista que apuntó en una libreta cada día que no estaba, ayudada por un policía abandonado y desgraciado que sólo desea conocer las fuentes del Orinoco, ayudada por un profesor solitario que, al igual que otros en el pasado, se quedó prendado de esa mirada llena de matices.

No sé si la volveré a ver, uno nunca sabe lo que el caprichoso y bromista destino puede deparar, pero si no volviese a cruzarme con esos ojos grandes, verdes, gatunos, siempre recordaré lo que ella le cuenta a un abuelo polaco, recordando sus años en la cárcel donde apilaba libros junto a su almohada como si fuera una muralla, como separación del mundo... un mundo sin ella.