Leía el otro día en una entrevista a ese cachondo mental llamado Joaquín Reyes, cabeza pensante del humor surrealista de “Muchachada Nui", que se buscó en su vida una maestra de educación infantil porque era la única que le entendía perfectamente.
Arranco esta absurda historia con este comentario por eso de las cosas del madurar, algo que le pasa a la gente obligatoriamente, pero que es un coñazo, la verdad. Se supone que llegado cierto momento en la vida, uno debería traer al mundo una progenie con la que perpetuar la especie, y seguir dominando el mundo, en plan malévolo del mal que te cagas sonriendo a mandíbula batiente, jajajaja.
En mi caso, todavía estoy procesando el asunto, digamos que voy con retraso, aunque uno va teniendo ya unos años, pero es que a mí me cuesta un mundo no pararme en los escaparates de las jugueterías, y tener todavía ensoñaciones con el portaviones de Tente. Así que, a falta de encontrar una maestra de educación infantil que me comprenda, temo que mi progenie se va a quedar donde está, lo cual me jode porque era mi última esperanza de encontrar a alguien con quien jugar al scalextric y a los juegos de tablero de estrategia.
El caso es que los amigos se han dejado de tontunas, y van trayendo hijos al mundo, y todos te cuentan que es una sensación única e irrepetible. Yo desde luego no lo pongo en duda, pero me sigue pareciendo ciencia ficción, al mejor estilo Bradbury, el verme de padre. No sé, supongo que el truco, por lo que dicen los que saben de esto, es encontrar a alguien que desee hacerte padre, pero para eso debería dejar de pararme en los escaparates de jugueterías cuando vas acompañado, no se puede ser tan sincero de primeras, que me dice sabiamente alguna amiga.
Así que, mientras arreglo lo mío y hago un Master titulado “Madurando que es gerundio”, no está de más acordarse de aquellos que, teniendo alma infantil, consiguen madurar más y mejor para traer nuevos clientes a este mundo. Por ello quería dedicar esta pequeña y absurda historia gambitera, por citar otro palabro del Joaquín Reyes, a un buen amiguete al que admiro desde hace miles de años, con el que me he bebido la mitad de las barras de este país, y también de otros, pero siempre con calma y sin incordiar al vecino, y compartido muchos momentos en este país, y también en alguno lejano. Un tipo que se hace notar por su calma, su silencio, su educación, su paciencia, su inteligencia, su aspecto de señor serio que no se inmuta, capaz de ir al festival de Benicasim con sus camisas de cuadros de toda la vida y sus naúticos, y al que me hubiera gustado parecerme en infinitas ocasiones. Ahora, en estos momentos, le imagino mirando a través de sus eternas gafas de metal (ni siquiera ha caído en la moda de gafapasta de soplapollas creativo estilo yo), con cara de pánfilo y eterna pinta de distraído, al pequeño vástago con el que ha perpetuado la especie que seguirá dominando el mundo en plan malévolo del mal que te cagas, por los siglos de los siglos, amén.
Arranco esta absurda historia con este comentario por eso de las cosas del madurar, algo que le pasa a la gente obligatoriamente, pero que es un coñazo, la verdad. Se supone que llegado cierto momento en la vida, uno debería traer al mundo una progenie con la que perpetuar la especie, y seguir dominando el mundo, en plan malévolo del mal que te cagas sonriendo a mandíbula batiente, jajajaja.
En mi caso, todavía estoy procesando el asunto, digamos que voy con retraso, aunque uno va teniendo ya unos años, pero es que a mí me cuesta un mundo no pararme en los escaparates de las jugueterías, y tener todavía ensoñaciones con el portaviones de Tente. Así que, a falta de encontrar una maestra de educación infantil que me comprenda, temo que mi progenie se va a quedar donde está, lo cual me jode porque era mi última esperanza de encontrar a alguien con quien jugar al scalextric y a los juegos de tablero de estrategia.
El caso es que los amigos se han dejado de tontunas, y van trayendo hijos al mundo, y todos te cuentan que es una sensación única e irrepetible. Yo desde luego no lo pongo en duda, pero me sigue pareciendo ciencia ficción, al mejor estilo Bradbury, el verme de padre. No sé, supongo que el truco, por lo que dicen los que saben de esto, es encontrar a alguien que desee hacerte padre, pero para eso debería dejar de pararme en los escaparates de jugueterías cuando vas acompañado, no se puede ser tan sincero de primeras, que me dice sabiamente alguna amiga.
Así que, mientras arreglo lo mío y hago un Master titulado “Madurando que es gerundio”, no está de más acordarse de aquellos que, teniendo alma infantil, consiguen madurar más y mejor para traer nuevos clientes a este mundo. Por ello quería dedicar esta pequeña y absurda historia gambitera, por citar otro palabro del Joaquín Reyes, a un buen amiguete al que admiro desde hace miles de años, con el que me he bebido la mitad de las barras de este país, y también de otros, pero siempre con calma y sin incordiar al vecino, y compartido muchos momentos en este país, y también en alguno lejano. Un tipo que se hace notar por su calma, su silencio, su educación, su paciencia, su inteligencia, su aspecto de señor serio que no se inmuta, capaz de ir al festival de Benicasim con sus camisas de cuadros de toda la vida y sus naúticos, y al que me hubiera gustado parecerme en infinitas ocasiones. Ahora, en estos momentos, le imagino mirando a través de sus eternas gafas de metal (ni siquiera ha caído en la moda de gafapasta de soplapollas creativo estilo yo), con cara de pánfilo y eterna pinta de distraído, al pequeño vástago con el que ha perpetuado la especie que seguirá dominando el mundo en plan malévolo del mal que te cagas, por los siglos de los siglos, amén.
(Aquí va la gran Natalie Merchant y sus 10.000 Maniacos con esa joya llamada "These are days", que precisamente va sobre eso... sobre traer retoños a este valle de lágrimas)