miércoles, 25 de junio de 2008

101 años

Se llama Trini y tiene 101 años. El mismo número que mis 101 historias, sólo que sus años tienen más dignidad que mis historias. Dice con sorna que ni ella misma se lo cree, es decir, que no alcanza a comprender haber alcanzado el siglo y un año de vida. Vive sola, como muchos otros ancianos, en un cuarto piso sin ascensor que no es obstáculo para ella, ya que los sube con paciencia y tino, ayudándose de su bastón, sin prisa, por qué iba a tenerla. Sólo se lamenta de tener “un ojo malito”, por el que no puede ver nada, pero presume de no tomar una sola píldora. Su hijo y sus nietos viven en Londres. Su único objetivo y anhelo es no morirse todavía, ir a esa ciudad y poder conocer a sus biznietos. Y leo en el periódico ABC, en la sección de Madrid, la historia de Trini, y cuenta que el mejor momento de la semana para ella es cuando recibe la visita de Lolita, la auxiliar de ayuda a domicilio que pone el Ayuntamiento de Madrid, y que acude a casa de la anciana tres días a la semana para asistirla durante dos horas. Y entonces Trini aprovecha para desahogarse con ella y charlar. Luego la acompaña al centro donde hace fisioterapia y manualidades. Y el regalo que hace más feliz a Trini es que la inviten a un café con churros para merendar.

Y pienso en Trini, la única superviviente de doce hermanos, y pienso en otros ancianos con los que me cruzo por la calle, y que siempre me hacen volver la cabeza, mientras son ignorados por el resto del mundo, inconscientes ellos de las gestas que se viven todos los días en la calle, donde esos mismos ancianos avanzan en una épica lucha, metro a metro, por terminar de recorrer una pequeña distancia, por llegar a una esquina, a un portal, a una parada de autobús... esos héroes encorvados. Y me sale el alma de cuentista y no puedo evitar fantasear con que Trini, cuando tiene esas charlas vespertinas con Lolita, puede decir aquello de “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Hundirse un barco gigante que desafió a Dios y a la naturaleza. He visto a hermanos luchar entre sí en una guerra cruenta y salvaje. He visto el odio de frente, capaz de exterminar a todo un pueblo. He visto muros levantarse y los he visto caer. He visto al hombre surcar los cielos y llegar a la luna. He visto a un genio pintar la barbarie, y a otros como él crear imágenes que se mueven y te muestran la vida. He visto caer a crueles dictadores y a gente llorar de alegría. He visto caer unas torres y guerras que nunca acaban, pero también he visto a mis nietos hablar por una pantalla pequeña... Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia".

Ya saben, si un día se cruzan con una anciana de 101 años por la calle, si la reconocen y la ven avanzando con su bastón lentamente, no duden en invitarla a un café con churros... le harán feliz y tendrá mucho que contarles.




(Creo que Morricone y su "Deborah's theme" de "Once upon a
time in America" es lo más adecuado para esta historia)

martes, 24 de junio de 2008

Sin historia

Mmmmmm, no tengo ninguna historia. Casi un mes seguido currando sin parar y me he quedado sin historias. Soy un hombre sin historias, que no sin historia, o quizás también. Soy como “el hombre sin nombre” que interpretaba el gran Eastwood, ése que iba repartiendo justicia ante tanto cabrón, sólo que yo tengo nombre, pero no historia. No sé que contar. ¿Mis dieciséis días en la Feria del Libro y descubrir que Aída Nizar firmó mogollón de ejemplares? Pues no, menuda mierda, no lo de Aída Nizar, por supuesto, sino lo de estar dieciséis días en una caseta semivacía explicando el contenido de revistas de literatura, de cine, de arte... Qué gracioso el Ruiz Zafón en sus declaraciones previas a firmar su último libro en la Feria, afirmando que la gente pasea por el Retiro tranquilamente y de repente dice: “¡Mira, Ruiz Zafón!, vamos a acercarnos a que nos firme su libro, el hombre, que está muy solico allá en la caseta”. Y como esa gente, a la que cita Zafón como ejemplo, me parece que también pensaron así unas ¿dos mil?, ¿tres mil personas? No sé, me pierdo con los números, con las personas, y con Aída Nizar, pero está claro que paseaban casualmente por el Retiro, y tranquilamente hicieron cola, y con mucha tranquilidad Ruiz Zafón firmó dos o tres mil ejemplares, rodeado de tranquilos guardias de seguridad.

No, no es interesante, falto de contenido, mmmmmmmm, pues hablo de lo que he leído estos días, del último libro de Vila Matas, “El viento ligero sobre Parma”, prolongación de aquellos Bartlebys y compañía, esos escritores del “no”, que tras escribir una obra, un día decidieron decir: “¡hasta aquí hemos llegado!, ¡que escriba su ilustre madre, o su ilustre padre, que yo paso...!” No, tampoco, no podría convertirme en un escritor del “no”, soy muy facilón y siempre digo sí a estas cosas del contar, aunque sean dirigidas a las cajeras del Dia, que me acusan por ahí.

Puedo escribir sobre unos preciosos ojos verdes que me tienen cautivado últimamente; o sobre la guapa morena alternativa que pasaba en bici por delante de mi caseta cada día, camino de la suya, y a la que sólo fui capaz de decir “hola” cuando me crucé con ella al salir del baño; o podría hablar de una rubita que estaba en la caseta de enfrente y a la que contemplé durante dieciséis días, ciento dieciséis horas, seis mil novecientos sesenta minutos y cuatrocientos diecisiete mil seiscientos segundos, sin respuesta o cruce de mirada alguna por su parte. No, no, también falto de contenido, sobre todo por la otra parte que no me hizo ni puto caso. Mmmmmmmmm, sigo sin historia.

Y si hablo de una entrevista que acabo de leer al gran Fernando Savater, donde cita al gran Guillermo Cabrera Infante que, a su vez, cita al gran Lewis Carroll que, una vez, dijo una frase de esas que quedan y quedan: “Me gustaría saber de qué color es la luz de una vela cuando está apagada”. Y viniendo del señor que una vez dijo que siguiéramos al conejo blanco, pues es toda una frase. No, no, ni puta idea de cuál es el color de una vela cuando está apagada, eso es para mentes elevadas.

Podría hablar de mi gozosa relectura de uno de los cómics de siempre, de la historia de superhéroes decadentes, de la historia apocalíptica que idearon Allan Moore y Dave Gibbons, y que cambió el concepto del héroe. Estoy hablando de “Watchmen”. Quis custodiet ipsos custodes (¿Quién vigila a los vigilantes?). Y me he vuelto a encontrar con esos superhéroes oscuros, con Rorschach, el violento Rorschach, de principios éticos cuestionables, pero que al adentrarse en las sombras, sabedor de su destino, lo hace sin queja alguna, sin arrepentirse de haber vivido su vida según sus principios; y el Doctor Manhattan, harto de los asuntos mundanos, de una humanidad que no merece salvación alguna, cansado de todo; y con Ozymandias, el hombre más listo del mundo, que desea salvar a éste emulando a su ídolo, el gran Alejandro. ¡Qué cómic más cojonudo, oigan!

Bueno, pues ya que estamos aquí hablaré de lo de ayer, vamos, del fútbol, y es que en el fondo lo de ayer va de superhéroes, o mejor, de un superhéroe. Fue como un cómic, o mejor, como un buen western, frente a los peores pistoleros que te pueden tocar, los italianos, y en el peor pueblo donde batirse, una tanda de penaltis. Y es que toda la frustración acumulada desde la infancia, por fin fue vencida. Lo viví a solas, acojonado, tapándome los oídos para no oír los gritos de los vecinos que lo veían antes, por no sé qué hostias de retardo. Y tras el partido, me acordé de eso, de superhéroes, o de pistoleros solitarios que acuden al rescate. Y es que lo de este país y el fútbol de selección me hizo pensar en una película del gran Eastwood, en concreto de una que servía como prólogo a esa obra oscura e inmortal llamada “Sin perdón”. La peli era “El jinete pálido” (The pale rider) y era una remake de “Shane” (Raíces profundas”). Por resumir, ambas pelis van de un grupo de granjeros a los que acosan unos terratenientes cabrones que quieren echarles de sus tierras ante la posibilidad de encontrar oro en la zona. Y les joden, y les pegan, y les humillan, y les matan. Y en la versión de Eastwood, una niña se pone a rezar tras la última barbarie sufrida, y le pide a Dios que les ayude, que mande una señal, que escuche sus plegarias. Y entonces, de las montañas heladas, surge un jinete fantasmal, montando un caballo blanco, de mirada fría, de pocas palabras, pero rápido, muy rápido con el revólver. Y ayer, cuando todo un país estaba acojonado, confirmando que las sombras del pasado regresaban, que en la portería contraria había un gigante enorme e imbatible, entonces, antes las plegarias de millones personas, del sur obrero de Madrid, llegó un jinete con camiseta negra, de mirada fría y maneras calmadas, rápido, muy rápido parando. Y se dirigió solo hacia la portería, y solo venció al gigante italiano, y solo se cargó a 88 años de historia, a frustraciones y lágrimas pasadas. Y todos, como los granjeros de la peli, dimos las gracias a ese tipo tímido, humilde, callado y genial, que se quitaba importancia, y que volvió a las montañas, a jugarse con sus colegas a los penaltis una caña y un pincho.

Bueno, al fin tengo una historia.





(No he encontrado ninguna parte en inglés, pero sí en francés, que tiene su aquel. También la hay en japonés, pero mejor en francés, suena mejor)